Rojo, el primer color
The blood of all men of all nations being red
the Communist International named red its banner color
Pope Innocent IV gave cardinals their first red hats
saying a cardinal's blood belonged to the holy mother church.
The bloodcolor red is a symbol.
Carl Sandburg - The People, Yes
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La primera vez que te sacaste una cascarita y enseguida lamiste la herida, aprendiste que hay algo de salado en el gusto que tenemos. Ver brotar esa pequeña cantidad de sangre es un placer chiquito, como el vaso de soda que viene con el café. Es un rojo claro, aguado; no es la sangre oscura y espesa o con coágulos que, si sos mujer y/o menstruás, vas a acostumbrarte a ver. La menstruación, por cierto, es una preparación cultural contra el derrame trágico que te deja inmóvil si no lo conocés.
El rojo brillante que sale cuando se tira de la cascarita impacta por el contraste con la piel. Y a mí me obsesiona poner un pedacito mini de papel higiénico y verlo absorber todo el rojo hasta quedar empapado y volverse marrón por el contacto con el oxígeno. Una alquimia exquisita, casera, pero no por eso menos mágica.
La sangre es tal vez el primer rojo en nuestra vida y es –casi seguro– el primer color en la vida del arte (pictórico y rupestre). Son en ese tono las primeras pinturas del homo sapiens, hace 75 mil años. Durante siglos, los pigmentos rojos de calidad fueron escasos y resultaron resguardo de valor, moneda de trueque y motivo de tráfico y robo. El ocre, el carmín o el cinabrio se obtenían de insectos o minerales como el sulfuro de mercurio, de una intensidad cromática hermosa y mortal. Panorama que cambió con el descubrimiento del color púrpura, que se obtenía de moluscos y daba tonalidades que iban del rojo al violeta.
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El término rojo viene del latino russus, que para los romanos era un matiz específico: un rojo fuerte, un rojo subido. De ahí también el francés rouge y el italiano rosso. En español, en cambio, no está documentado el uso de este término previo al siglo XV, pero había otras palabras para denominarlo. Las más extendidas eran bermejo, colorado y encarnado. En ruso antiguo, rojo también significa lo que hoy bello o hermoso.
El rojo no puede producirse a partir de otros colores, es un primario. Es el primero en la escala cromática. Corresponde a la frecuencia más baja de luz discernible por el ojo humano. Está en el extremo del espectro visible, justo antes de la luz infrarroja. En la frontera de lo que podemos ver sin valernos de mediaciones. Es un límite, una restricción. Luego está lo invisible pero también lo vedado y lo ausente, aquello que dispara y alimenta nuestra imaginación y nuestros miedos solo porque no podemos verlo. ¿Acaso es por esto que asociamos el rojo a lo prohibido y al pecado?
Cada color tiene miles de asociaciones simbólicas y significados. El color nos da "un enorme vocabulario en el alfabeto visual", como plantea D.A. Dondis en La sintaxis de la imagen. El rojo es un color insignia: simboliza amor, sexo, seducción, pasión, fuerza, fuego, ardor, protección y buena suerte, pero también odio, ira, peligro, tragedia y guerra. Roja es la tierra de Marte, dios romano y bélico. Los uniformes de varios ejércitos se teñían de rojo para camuflar la sangre de las heridas. Rojo es el gorro fenicio, que conocemos como gorro frigio y se usaba en las ceremonias de liberación de esclavos. Rojo es el punzó, un rojo muy vivo que debe su nombre a unas amapolas silvestres. Y la divisa punzó de los federales.
El rojo destaca, avisa, estimula la producción de adrenalina, aumenta la temperatura corporal y acelera el pulso. Como una buena boca roja. Es una alerta. Advierte a los depredadores de la toxicidad o el sabor fuerte y picante. El rojo es tensión. Es comunismo. Y también es capitalismo máximo: Coca-Cola, Ferrari y Valentino tienen sus propios rojos. Dicen que cuando abrís un animal, te da hambre ver la sangre. Es el rojo que estimula el apetito de científicos en laboratorios y de cualquiera de nosotros en un restaurante pintado de ese color.
Bandera roja. Código rojo. Cuentas en rojo. Botón rojo. La alfombra roja. La amenaza roja.
En China es el color que envuelve el dinero en los regalos, es buena suerte. El rojo es baja en la bolsa de Occidente y alza en la de Oriente. En el Imperio romano, el símbolo de riqueza y bienestar económico era el rojo, un color caro, escaso y difícil de conseguir; por eso, solo emperadores y senadores llevaban algo de rojo en la vestimenta. El rojo es también poder.
En la liturgia católica, simboliza el fuego de la caridad y la sangre derramada de Cristo, y se utiliza en las fiestas de los mártires, en Pentecostés y Espíritu Santo. El rojo habla del último sacrificio de Jesús, por quien nos redimimos. Roja también es la cruz de San Jorge, emblema de la lucha contra los musulmanes y visión mística de Ricardo Corazón de León en la primera cruzada.
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El 8 de septiembre de 2022 muere la reina Elizabeth Alexandra Mary Windsor. El 6 de mayo de 2023, en la Abadía de Westminster, su hijo Charles, príncipe de Gales, pasa a ser el actual rey del Reino Unido y de los reinos de la Commonwealth. Y un año después se presenta su retrato oficial realizado por Jonathan Yeo.
Algunos críticos de arte han hablado del rojo en este cuadro como un recurso dramático para representar el peso de la monarquía y la fragilidad del individuo. ¿Es esto tan así? Como miope con astigmatismo, lo primero que vi es una mancha y luego una cabeza flotando en esa mancha, y después empezaron a venir los puntos de conexión y aparecieron los detalles. Un cuadro siempre me lleva a otro, porque el hipervínculo preexiste a internet, es un reflejo de la mente para gastar menos energía y completar más rápido lo que estamos viendo. Es como si la figura del Rey, pensé, se viera reflejado sobre el vidrio de un Rothko por entero rojo.
Cuando vi el retrato de Carlos III enseguida me acordé de la pintura monocromática de la Theotokos (madre de Dios en griego) Oranta o Virgen del Signo, de Sylwia Perczak. La Theotokos es un tipo de ícono mariano bizantino en la tradición cristiana ortodoxa, donde la Virgen María aparece en actitud de oración, con los brazos levantados, ya no sosteniendo a su Hijo sino ofreciéndolo, mientras él aparece en su vientre o su pecho, representando la Encarnación, Dios hecho Hombre, en el Templo Divino que es su Madre: "Tu vientre se ha convertido en una mesa santa, llevando a Cristo el pan celestial. Todos los que coman de ella no morirán", reza un canto ortodoxo. Aquí el rojo es símbolo de divinidad pero también de sacrificio.
Este color sobre la Theotokos que utiliza la artista polaca Perczak, la identifica como la "Mujer vestida del sol" del Libro del Apocalipsis (12:1), o Amicta Sole: "Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza". Amicta Sole es una iconografía de origen medieval que en algunas interpretaciones refiere a la Iglesia indestructible, y en todas las canónicas a María, quien intercede en el Juicio Final para redimirnos con el perdón de Dios. Mujer y Madre del Niño que venció al Mal a veces serpiente, otras dragón o diablo, al igual que San Miguel y San Jorge cuya cruz roja es la bandera de Inglaterra.
Otro cuadro que me vino a la mente cuando vi el retrato real fue El Expolio, de Doménikos Theotokópoulos, aka El Greco. Un artista con formación inicial en el arte posbizantino, especializado en la pintura de íconos. Este lienzo de un colorido brillante, donde vemos a Cristo vestido con su túnica por entero de rojo antes de su crucifixión, hoy está emplazado en la sacristía de la Catedral de Toledo. Fue un tanto polémico en su tiempo por tener figuras posicionadas por sobre la cabeza de un Jesús sin aura, decisiones del artista que no respetaban los principios iconográficos impuestos por el Concilio de Trento.
La polémica fue una marca de El Greco, para quien como principio artístico el color en la pintura es más importante que el dibujo; y la imaginación y la expresividad, más que la representación fiel. El cuadro de El Expolio circuló no hace mucho en X (Twitter) porque alguien también lo pensó cuando vio la foto de Luigi Mangione llevado por la policía de Nueva York (NYPD).
El retrato del rey Carlos III me recuerda además uno de los últimos trabajos de Toulouse Lautrec, que muestra de espaldas a alguien mayor vestido con su uniforme de almirante del siglo XVIII –es El almirante Viaud, amigo del pintor francés y quien lo acompañó en sus últimos días– que ve irse un barco que se aleja en el horizonte de un mar revuelto, en colores apagados –acaso como el pintor veía irse su vida–. Así, la figura humana destaca a pesar de estar descentrada de la ubicación clásica, con una pincelada suelta donde la línea se desdibuja y lo central es el color que genera contraste.
La obra fue hecha como parte de una serie inconclusa por la muerte del pintor francés. Hoy puede verse en el Museo de Arte de San Pablo, Brasil, emblema del diseño de la arquitecta italobrasileña Lina Bo Bardi, quien tiene un rojo propio como firma: o vermelho da Linna. Un rojo que, para ella, en contraste y superpuesto al hormigón, no es otra cosa que la sangre bombeada desde el corazón de la obra fluyendo por toda la estructura.
Cuanto más mirás un cuadro, más detalles ves. Y así aparece en el retrato real la vida, ese capricho fugaz, como una mariposa en el hombro de Carlos. Una mariposa que es símbolo de la resurrección pero también de lo frágil que es nuestra existencia, y por eso pone en escena la muerte, el Juicio Final, el pecado y lo que se nos va entremanos. ¿Es quizás la reina que ha muerto para que ahora Carlos sea el rey?
La mariposa ha sido asociada, desde temprano, al alma humana que se ha liberado del cuerpo, al morir. En el arte cristiano simboliza la resurrección de Cristo. Y antes que eso, en la mitología griega –como plantea Aristóteles en La historia de los animales–, la mariposa es símbolo de Psyche, la diosa del alma. En el arte chino, cuando aparece, es una referencia a un acertijo del Zhuangzi, un texto muy antiguo, y habla de la disolución del egoísmo humano en la naturaleza. Para el siglo XVII la mariposa, y sobre todo la mariposa roja, como la del retrato del rey, también empezó a asociarse a criaturas diabólicas y a las brasas ardientes de la perdición.
Cezanne decía que "cuando el rojo logra su mayor riqueza, la forma alcanza su mayor plenitud". El rojo en la figura de Carlos se supone que no busca opacarlo, sino engrandecerlo y hacernos olvidar, por un momento, que es hombre para verlo como Rey. Y sin embargo, ¿qué sentimientos genera? Algo tiene este retrato que me lleva a tantas otras obras. Pero los cuadros en los que pensé al verlo son cuadros que me conmueven, cuadros espirituales donde el rojo da vida, impacta, y atraviesa. Y acá, ¿qué (me) sucede?
El rojo, con su fuerza vital, se diluye en Carlos. Un rey a destiempo, desprovisto de lo que alguna vez hizo a las monarquías magnánimas e imponentes. Es un retrato que parece fingir algo, es un engaño artificial, sin contraste ni pasión. Hay una sola grandeza en lo que vemos y es la grandeza del rojo, fallida e incompleta. Y esa falta es lo que te ata a mirarlo en busca de lo que no está ahí.
A pesar de toda la carga histórica, simbólica y emocional, la intensidad del rojo no logra impregnar al hombre que lo porta. Ni siquiera lo devora. Todo el fuego del rojo se apaga y le queda enorme, a la vez, a un rey destinado a permanecer en segundo plano.