Me escribe Cristian: "Che, ¿hay portales para Meshuggah?". Le digo que me voy a fijar, pero algo hay. El viernes consigo la segunda entrada de prensa para ir al Knotfest 2024 y procedemos: "Nos encontramos a la tarde en Emilio Mitre", me dice. El sábado llego al Parque Chacabuco cerca de las cuatro de la tarde y nos tomamos el subte E hasta el premetro. Todas las estaciones de la línea están semi vacías, sus interiores parecen anclados en la misma época que El Palacio de la Pizza. Parece que aún gobernara Alfonsín.
El nombre de la estación terminal, Intendente Saguier, confirma un poco la intuición de que todo este sector de alguna manera está anclado en la Unión Cívica Radical. Subimos al premetro mientras el sol de la tarde entra de refilón por la ventana. Pienso inmediatamente en los vagones de tren de Tokyo 3 y los memes de Shinji Ikari. Podría ser un pasajero más, tranquilamente. La situación del tranvía nos transporta derecho a alguna capital europea. Tremenda ironía teniendo en cuenta que recorre uno de los barrios menos desarrollados de la capital federal. Mientras asoma la torre del Parque de la Ciudad confirmamos la sensación de estar en Berlín Oriental.
Bajamos en la estación Escalada, en la puerta de un Jumbo enorme. Agarramos por Escalada y caminamos hasta Roca. De un lado hay un golf enorme, de la mano de enfrente una serie de edificios nuevos muy pitucos, construídos para los Juegos Olímpicos de la Juventud 2018, que refuerzan la idea de Berlín Oriental en reconstrucción.
Caminamos unos quince minutos hasta llegar a la puerta del Parque, donde nos atoramos con dos turrones que no nos dejan entrar al predio. Seguimos a la sombra de las montañas rusas oxidadas, las cabinas del teleférico acumuladas sobre un costado, y esqueletos inmensos de lo que alguna vez fue un parque de diversiones. Y a medida que avanzábamos en las ruinas del radicalismo, de fondo sonaba una aplanadora de blast beats y riffs que parecían salir de motosierras.
Nunca le había prestado demasiada atención a Meshuggah. No soy un tipo prolijo en lo que se refiere a ramificaciones del metal extremo, ni siquiera tengo una línea temporal precisa con las cosas importantes. Siempre escuché todo desordenado y acorde a la intuición me lo marcara. Me pasa con muchas bandas de tenerlas de nombre y haber escuchado algunos temas, pero terminar de engancharme recién después de verlas en vivo. Éste fue el caso. El sol de la tarde ya no pegaba tan fuerte pero todavía se hacía sentir. El cemento añejado bajo nuestros pies irradiaba calor. Sentíamos en la nuca la presencia de esos gigantes extintos como esqueletos de un ángel de Evangelion que aún no fue retirado por completo. La escena era realmente perfecta.
Bajo los acordes de Broken Cog prendimos el primer churro de la tarde y nos entregamos al quiebre de ritmos, el machaque asesino y la perfección técnica que exhibía con denostada tranquilidad la banda sueca. Así suena el metal en el país de Abba. La banda continuó su rodeo sin problemas, y a mí cada vez me asombraba más la prolijidad técnica y la postura impasible del cantante, Jens Kidman, vestido como un gordo más del público con sus jeans achupinados y Ray Bans Wayfarer, pero con la voz de un troll de las cavernas.
Con Cristian nos mirábamos al final de cada tema para chequear que lo que estábamos escuchando fuera real y que no nos habíamos perdido en el paisaje onírico de la ciudad post industrial extinta. Con el recital llegando ya a su punto cúlmine, liquidamos el porro. Hasta ahí, todo espectacular. Sentíamos que no quedaba mucho más después de escuchar Future Breed Machine.
Hasta que sonaron en dupla Bleed y Demiurge, que nos mandaron a un pozo de destrucción sin retorno. La sensación de caer en un abismo que no tiene fondo, a plena luz del día, mientras el color del atardecer muta hacia tonos ámbar, es difícil de transmitir. Uno no entiende el poder de los riffs de guitarra hasta que queda enfrente de uno realmente bueno. Hay algo de la repetición sistemática de ciertas notas que pareciera mandarte a otra dimensión, en este caso, a un abismo interminable sin ningún tipo de posibilidad de aferrarse a algo para frenar esa caída. Poder, muchísimo poder.
Con los últimos dos temas terminados, con Cristian nos fuimos al fondo, nos miramos, nos quedamos un rato en silencio y prendimos otro porro. Sabíamos que lo mejor del día acababa de pasar. Nos colgamos mirando los esqueletos de lo que alguna vez había sido un parque de diversiones. Las siluetas de los edificios de departamentos en la frontera de la ciudad. Sabíamos que habíamos metido un gol de arco a arco. Esta vez, los portales se habían abierto de par en par.
(*) La foto principal de esta crónica es una gentileza de prensa del Knotfest 2024, y fue tomada por la fotógrafa Cata Almada.