Low Tech, High Life: un reverso al cyberpunk
Todo comienza con la aparición del cyberpunk como subgénero de la ciencia ficción, un éxito arrollador que se consolidó gracias a la combinación de un futuro pesimista con una tecnología avanzada. Sin embargo, no se trataba solo de un futuro distópico, algo que ya habíamos visto en 1984 o Un mundo feliz. Lo característico del cyberpunk era ese mundo donde las corporaciones tenían control total sobre la sociedad, los humanos vivían conectados a una red de información cuasi ubicua, la civilización se concentraba en megalópolis monstruosas y la calidad de vida individual se degradaba al máximo. Neuromancer, Blade Runner, Akira, Snow Crash, Ghost in the Shell, la lista es extensa.
A partir de la irrupción del cyberpunk, el género literario amplió su alcance con otros subgéneros "punk". Si no me equivoco, la primera divergencia fue el steampunk, un retrofuturismo basado en la preeminencia de la máquina a vapor y sociedades estancadas en la era victoriana. Luego aparecieron muchas más variantes, como el dieselpunk o el atompunk. Y en un rincón menos popular, pero no menos interesante, el solarpunk, que propone un futuro en el que la tecnología y la calidad de vida avanzan en armonía con el planeta. Además, intenta capturar la imaginación en clave de futuros no distópicos, algo que aborda Leandro Ocón en su trabajo sobre el Solar Punk y que es, de alguna manera, la idea rectora del libro ¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no?, de Alejandro Galliano.
Más allá de los géneros literarios –o quizás justo en el centro de ellos– aparece otro concepto clave que define estos futuros a partir de dos variables: tecnología y calidad de vida. Tech & Life, ambas con un grado que va de high a low. Es lo que vemos en el meme que ordena los diferentes subgéneros dentro de estos pares, donde el cyberpunk vuelve a ser el punto de partida para desandar el concepto.
Más allá de mi defensa irrestricta al cottagecore (el sueño de vivir en una cabaña en la montaña cuidando un jardín y una granja), quiero expandir la idea que da título a este artículo: Low Tech High Life (LT-HL).
Tecnología y calidad de vida
La idea de Low Tech High Life se vincula en parte con el concepto de soberanía cognitiva. En principio, porque abre un espacio de "diseño" en la posibilidad de pensar los usos que le damos a la tecnología y el tiempo que gastamos tanto en comprar nuevos dispositivos como en aprender a usarlos, generalmente para reemplazar funciones que ya teníamos resueltas. Esta reflexión abarca varias puntos: tiempo y dinero, relación costo-beneficio, y carga cognitiva.
Tiempo y dinero
¿Cuánto de nuestra vida gastamos en adquirir tecnología? ¿Realmente necesitamos lo último en el mercado? Un ejemplo claro es la compra de smartphones: muchas personas renuevan su teléfono cada uno o dos años, aún cuando su dispositivo actual sigue funcionando perfectamente. En cambio, optar por modelos más antiguos o reacondicionados puede reducir el gasto y extender la vida útil del aparato sin sacrificar funcionalidad. Ni hablar de la posibilidad de sacarle a un teléfono todo el software que trae instalado y hacerlo funcionar bajo alguna distribución de software libre.
Costo-beneficio
¿La tecnología que compramos justifica su precio en términos de mejora en la calidad de vida? Pensemos en los relojes inteligentes: algunos ofrecen funciones avanzadas como monitoreo de salud y conectividad total, pero también requieren recargas frecuentes y no siempre aportan beneficios significativos en comparación con un reloj tradicional o un teléfono. Evaluar qué tecnología realmente aporta valor a nuestro día a día es clave.
Carga cognitiva
¿Cuánta complejidad añadimos a nuestras vidas con cada nueva tecnología que incorporamos? Un caso típico son los asistentes de voz para hogares inteligentes. Si bien pueden ser convenientes, también implican una dependencia constante de la conectividad y las actualizaciones, además de ser vulnerables a fallos o interrupciones del servicio. Optar por soluciones clásicas, como interruptores manuales en lugar de luces inteligentes, puede evitar esta sobrecarga cognitiva.
Ejemplos cotidianos de LT-HL
En Argentina, estas ideas pueden resonar con el clásico bueno, bonito y barato. Pensemos en el uso de bicicletas versus autos para trayectos urbanos. El costo-beneficio es muy distinto, pero no hay duda de que una bicicleta puede reemplazar perfectamente a un auto para muchas personas, evitando un gasto de 10.000-20.000 USD y facilitando menores tiempos de traslado entre lugares, dado que la bicicleta también se puede combinar con transportes públicos como el tren. Claro que estas decisiones dependen del contexto, la familia y las necesidades individuales.
Por supuesto, dentro de este concepto existen escalas. No tener internet es más low tech que tener, pero incluso dentro del uso de internet hay opciones más low tech que otras. Un ejemplo es la diferencia entre plataformas de streaming y descargas por torrent. Mientras el streaming exige conexión permanente, pagos mensuales y una oferta que rota constantemente (obligándonos a buscar qué plataforma tiene lo que queremos ver), en cambio descargar una película y guardarla en un disco rígido es una solución más estable y libre. Alternativamente, recurrir a formatos físicos como DVD, VHS o Blu-ray también permite ver contenido sin depender de internet, aunque implica otros costos y dificultades logísticas.
Otro ejemplo es la música. Unos parlantes con entrada miniplug reemplazan fácilmente a un parlante Bluetooth en muchos casos. Aunque el Bluetooth es útil para movilidad y lugares sin enchufes, en una casa o departamento es una solución ineficiente. El que use batería no sólo implica que hay que estar pendiente, recargarlo y asegurarse de tener una fuente de carga disponible, sino que además cuando la batería se degrada o deja de funcionar, el parlante se vuelve inutilizable porque muchas veces las baterías no son reemplazables o su reparación resulta costosa.
Lo mismo pasa con los auriculares: he tenido dos pares Bluetooth que dejaron de funcionar por fallas en la batería en el mismo período en el que un solo par con miniplug sigue funcionando sin inconvenientes. Y pienso también en los destornilladores clásicos y los eléctricos, cuyo uso se entiende en talleres, fábricas y obras, pero a nivel hogar parece un caso de exceso de ingeniería: cuando algo fue llevado más allá del punto de optimización.
Estos casos demuestran cómo la dependencia de baterías impacta la durabilidad y el costo de mantenimiento de los dispositivos, en especial teléfonos y computadoras móviles. En ese aspecto, vale destacar el trabajo de la comunidad cyberciruja, dedicada a reutilizar componentes tecnológicos que el mercado considera "obsoletos" pero que aún tienen vida útil.
Una estrategia de supervivencia
En cada campo que revisemos, existen soluciones de baja intensidad que mejoran la calidad de vida cotidiana. Es la diferencia entre comprar una PS5 con suscripción anual para jugar títulos triple A de 60 USD versus comprarse una PS2 chipeada y jugar todo su catálogo clásico por una fracción del precio. O de conseguir una Victorinox, el elemento low tech por antonomasia.
En definitiva, Low Tech High Life no es una postura dogmática que rechaza el avance tecnológico ni la aceleración que conlleva. Se trata de una estrategia de supervivencia para modular el ritmo al cual queremos exponernos a la tecnología, priorizando el bienestar por sobre la obsolescencia programada y la dependencia de sistemas externos. No es una cuestión de nostalgia ni de romanticismo tecnológico, sino de encontrar un balance realista entre lo que nos facilita la vida y lo que nos complica innecesariamente. ¿Cuándo fue la última vez que te fuiste a pescar con amigos?
PD: Vieron la onda similar de la cabaña del Unabomber y la de Wittgenstein 👀