Coca-Cola, qué rica que es. O sea, las veces que está rica. Porque no siempre lo está, y eso depende de tantos factores que al final depende de uno solo: el azar. No tiene nada que ver con vos. No te preocupes por eso.

Son muy pocos los productos donde la variación es tan grande entre un tamaño y otro, un envase y otro, un negocio y otro. Además de un nerfeo que lleva años, décadas. El salto de sabor, calidad y otros rasgos fenotípicos puede ser terrible entre una Coca y otra, sobre todo porque nadie la vende a la temperatura que la tiene que vender, ni los restoranes ni los kioscos.

En mi experiencia, los que más cerca están de vender Coca rica son los almacenes de barrio que atienden hasta las 3 de la mañana y que evidentemente tienen otras vías de financiamiento como para poder clavar la heladera exhibidora en 2º, que es lo ideal pero a este nivel de tarifas es imposible. Además, esos almacenes suelen tener esas promos un envase retornable + tres tapitas por una Coca sin cargo, lo cual sería como las tiradas gratis del casino.

Y hablo de casino porque una Coca es siempre una tirada, un palancazo, una boleta, un billete. El Loto, el Quini, el Telekino, la Solidaria, la Quiniela, la Raspadita. Y es cara, entonces tiene que tener un cashback altísimo cuando acertás, porque si no no se entiende el esfuerzo, el gasto. Y lo tiene. Lo tiene porque las veces que le acertás a la Coca correcta, el resultado es excepcional. Es como pegarle a una combinada. Generational flavor.

Porque, adrede, lo que hace la marca es complejizar cada vez más la elección y generar una apuesta compuesta, como las de las plataformas de timba futbolística. Dónde la comprás + en qué tamaño + en qué envase + a qué precio. Solía creer que también jugaban la experiencia previa y la tolerancia propia a la decepción.

Pero no. Llegado al punto de pagar una Coca, no importan tu historia ni qué hagas: la probabilidad de que esa lata, una botellita o vaso sean lo que esperás tiende a cero. Siempre. El ROI es pésimo. Cada cuatro o cinco (latas/botellas/vasos) podés clavar una/o que alcanza a estar bastante bien: frío suficiente, buen gas y sin gusto metálico, plástico ni alcalino.

Es azar. No hay método para saber cuál va a estar rica. Si le pegás, es de orto. Muchos dicen que la mejor es la lata: yo también fui ése y me estrolé mil veces contra latones con sabor a tierra, tibios, sin gas. Muchos dicen que la botella de vidrio retornable de litro y cuarto, pero tampoco: hace mucho que viene con dosis mínima de gas y que si no la terminás de un tirón, a las horas condensa el mismo gusto pasado de los culitos de las retornables de plástico.

Es gracioso porque es cierto: el adicto a la coca busca tomar todo lo posible y el adicto a la Coca también. Y para eso, como con la farlopa, toda estrategia parece válida: sean promos, descuentos, compras mayoristas o, descuidos ajenos.

Ahora se habla y escribe sobre las publicidades de apuestas online en camisetas de fútbol. La generación más fanática de la gaseosa en este país creció en los '90 con las casacas con cuello, mangas anchas, publicidades de Coca-Cola, y cocaína en los vestuarios. En el medio, los pechos de los futbolistas vistieron consolas de videojuegos, petroaerolíneas, gobernaciones provinciales, marcas de birra y exchanges cripto.

Esa generación también creció viendo películas donde los pibes juntaban botellas vacías de Coca para venderlas en el almacén. También desde esa época, y en todas sus entregas, la saga de videojuegos Fallout usa las tapas de gaseosa (caps) como moneda de cambio. Por eso comprar una Nuka-Cola termina saliendo una cap menos: al beberla, la chapita se convierte en moneda. Es la yapa de la panza del Mono Bingo.

Así como la Coca-Cola es la timba por otros medios.