Guía cyberciruja para la autodeterminación digital
Desde que Elon Musk compró Twitter, la agenda pública comenzó a poner el ojo en el papel de los señores de la información del siglo XXI, quienes casualmente son los dueños de las grandes tecnológicas mundiales. Incluso varios años antes de esto, ya era una obviedad que los datos son la commodity más valiosa del mercado, superando hace tiempo al petróleo y otros bienes tradicionales. No es el motivo de este artículo ahondar en las cuestiones teóricas respecto a la economía del dato, aunque cabe recordar que dentro del mercado de la atención al que estamos inscriptos, los teléfonos celulares inteligentes (en definitiva, computadoras de mano) son parte crucial del engranaje de estos oligarcas del cómputo.
A través de nuestras manos, entrando y saliendo por el teléfono, pasan todas nuestras comunicaciones; toda la información que como seres humanos generamos y distribuimos. Interactuando con pantallas táctiles recibimos todo tipo de data, pero esos bytes son controlados y distribuidos por cuatro o cinco grandes tecnológicas que compiten constantemente por nuestra atención mediante la venta de spam y la manipulación de nuestras conductas. Si el diario en el siglo XIX o la radio y la tele en el siglo XX podían con sus rudimentarios recursos modificar conductas sociales, qué les queda al procesamiento monstruoso de datos que realizan Meta, Alphabet (Google), X/Twitter, Amazon y un par más que manejan la información de billones de personas en el globo.
Retirarse nunca fue una opción
En la silenciosa era pre Internet, uno podía apagar la radio o la televisión y a otra cosa. En la actualidad, la desconexión parecería ser el sueño del antiguo ermitaño que huye de la sociedad, poéticamente quizás como Thoreau relata en su Walden. Y parte del error radica en pensar que la desconexión es una solución, ya que asociamos irremediablemente nuestra vida digital a la ansiedad infernal de las redes de los oligarcas del dato, al peaje constante del ecosistema de plataformas de streaming de todo tipo, al scrolleo infinito y la serotonina dosificada en likes. Nada más aberrante que los delirios místicos de la desconexión cuando somos personas de Internet. Pensar en esos términos significa tirar la toalla en la lucha por la soberanía cognitiva: si la solución ante el bombardeo de estímulos y de psyops digitales es huir de la Red de Redes, es porque no escucharon el suficiente punk rock como para plantarse.
Precisamente, desde Cybercirujas –y fundamentalmente desde las bases del hacktivismo– siempre luchamos por ser dueños de nuestros espacios digitales. La llegada de los smartphones y su ecosistema de apps, que hacen que las generaciones post 2010 no conozcan el concepto de file ni de Internet, torció la lucha tan rápidamente que recién en los últimos años comenzamos a reaccionar. Los teléfonos inteligentes se instauraron como cajas completamente oscuras, de las cuales nada se sabe, nada se pregunta y todo se consume por default.
¿Se imaginan si en sus PCs (incluso en sus Macs) solo pudieran instalar software a través de la store de Windows o MacOS? En ese distópico y loco mundo, no existirían Steam ni tantos sitios de descargas de software. Exactamente eso es lo que sucede con Android y peor aun con iOS: el usuario, o más bien el consumidor (porque su única función es consumir, la noción de uso es completamente secundaria) es naturalmente llevado hacia aquel ecosistema de la atención de forma irremediable, lo cual termina a la larga imponiendo ese sentimiento de apatía y desinterés colectivo. Parafraseando a Ricky y Flema: Las cosas son así y así siempre serán, y aunque vos me jodas, nunca cambiarán.
Pero como buenos punks hemos nacido irremediablemente para joder un poco, y parte de aquel precepto de Hakim Bay de las TAZ ("zonas temporalmente autónomas") tiene que ver con esto. Hay maneras de lograr cierta autonomía cognitiva sin irse a vivir a una montaña. Si el teléfono celular es la mayor herramienta de dominación jamás creada y si, aún así, no podemos dejarla así como tampoco podemos renunciar a una vida sin heladera, al menos podemos lograr un mínimo control de aquel aparato que atenta contra nuestra independencia cognitiva.
Reducir el email a la función que cumple
Google y los fabricantes de hardware prácticamente dominan nuestras comunicaciones digitales a través de Android y su ecosistema de aplicaciones. El caso de Google es maravilloso. ¿No hace ruido que prácticamente todo el mundo use GMail y que resulte extraño plantear mudarse a una nueva cuenta de correo electrónico? El primer paso para luchar por la soberanía cognitiva es migrar de proveedor de correo electrónico: recordemos que es una tecnología que existe desde los años 70s pero que la oligarquía tecnológica ha ido adueñándose y naturalizando ese monopolio a punta de extractivismo digital. Existen varios proveedores alternativos serios, desde los más corporativos que ofrecen mail gratuito, como Protonmail o tutanota, hasta iniciativas más comunitarias como disroot, riseup.net, undernet.uy, entre otros.
Mudar de mail no significa abandonar el Drive de Google sino simplemente hacer una limpieza mental, un restart de las comunicaciones hacia zonas más autónomas. Cambiar de proveedor significa también dejar de usar la aplicación de GMail: el correo electrónico sirve para enviar y recibir correspondencia digital, no se precisa de aplicaciones pesadas e invasivas como GMail. Dentro de la PlayStore se puede buscar clientes de correo electrónico como Thunderbird, que incluso sirven para gestionar cuentas de GMail, si quieren seguir usando esa cuenta que probablemente acarree más de 15 años de haber metido ese mail en infinidad de lugares.
La Internet que nos quieren quitar
Situación análoga sucede con el navegador web. Chrome tiene más del 65% de cuota de mercado como browser y es responsable de las mismas prácticas que Microsoft impuso en su momento con Internet Explorer, esto es, direccionar hacia donde debe ir la Web y aferrarse a los usuarios, aunque Google lo hace a fuerza de costumbre y de su aceitado ecosistema. Alternativas a navegadores hay varias, y ya no se trata de switchear a Firefox y quejarse porque no es de nuestro gusto: existen Chromes "de-googleados", como Brave (del que ya se escribió en 421), o "ungoogled Chrome" que vienen sin nada del trackeo que Google mete en el navegador. Son esas falsas features que la empresa ofrece las que operan psicológicamente en conjunto con el resto del aceitado ecosistema de aplicaciones de redes sociales. Salirse de Chrome y de GMail no implica abandonar Twitter o Whatsapp sino simplemente dejar de hacer las cosas por default, que básicamente es cómo operan los magnates de la economía de la atención.
Tanto han triunfado en el mundo de la computación de mano que lograron imponer una peculiar conducta de mercado: la sectorización de las tarifas de Internet. Como sucede con todos los servicios de la era industrial, tradicionalmente se pagaba una boleta de agua, luz o gas y se recibía agua, luz y gas. Con Internet pasaba lo mismo, hasta que al capitalismo de plataformas se le ocurrió que debíamos volver a pagar Internet para ver películas, escuchar música, bajar libros, es decir, para consumir aquello que ya estaba allí disponible en la red. ¿Se imaginan el quilombo que se armaría si EDENOR, AYSA o GASNEA dijeran: "Bueno, ahora el aire acondicionado, la ducha, la cocina o el inodoro pagan tarifas diferenciadas"? En Internet esto se ha naturalizado, más nosotros venimos de una escuela que siempre pregonó que todo lo que está en Internet es tuyo.
Por eso no sólo es posible sino que es necesario saltearse todas las putas barreras arancelarias de quienes lucran con nuestra atención: con los datos que extraen de nosotros bien podrían pagarnos por utilizar las aplicaciones, en vez de cobrarnos. No puedo concebir la vida sin bloqueadores de anuncios para YouTube; tanto en escritorio como en mobile pueden saltearse todo ese spam dirigido. Incluso las versiones de Chrome para Android degoogleadas, como Chromite, ya traen incorporado un bloqueador de anuncios. Existen también formas de consumir todas esas redes extractivistas de nuestra serotonina en nuestros teléfonos celulares.
Android, al ser software libre, posee mayores posibilidades de plantear la lucha por la soberanía cognitiva. Podemos instalar una tienda de aplicaciones libres, que no extraen nuestra data, que no lucran con nuestro uso, y acceder a software que está pensado para el usuario y no para un mero consumidor. F-Droid es el repositorio más grande y seguro de software libre para Android. Allí encontraremos aplicaciones como RiMusic (que permite acceder al catálogo de YouTube Music sin loguearse, con funciones de descarga o reproducción en streaming) o NewPipe y similares (que ofrecen la misma función pero orientada al formato audiovisual de YouTube). No se trata, como digo, de recluirse en la montaña analógica, sino de consumir las redes como queremos: no voy a dejar de ver YouTube, pero lo voy a hacer como yo quiero.
La computadora de escritorio como refugio
Sin lugar a dudas, son redes como Twitter o Instagram las que se encargan de bombardearnos con ideas, pensamientos y consumos que no queremos pero que, a la larga, por la exposición constante, necesitamos o deseamos. Parte de ese deseo autoimpuesto entra, por supuesto, a través de la pantalla del celular. Dejar de consumir completamente esas redes puede ser una opción pero no tod@s tienen por qué aceptarla; ya sea por laburo, pertenencia o FOMO, mucho sucede allí. Lo ideal es quitarlas de nuestros teléfonos, erradicarlas de la palma de la mano y de los bolsillos y consumirlas exclusivamente en modo desktop: en la computadora de escritorio se tiene más control de la atención.
La PC, como plataforma de trabajo, de ocio, de vida digital, es una herramienta completamente distinta donde la atención se dispersa y se maneja de maneras diferentes: además, entre bloqueadores de anuncios, navegadores sin rastreo y sistemas operativos libres, podemos tener una higiene cognitiva digital mucho más limpia y controlada que en el mercado de spam y atención de los smartphones. Sentarse en la compu a consumir Internet no es un acto nostálgico de quienes vivimos la era dial-up sino más bien una decisión que habla de nuestra necesidad de decidir cómo habitar internet a través de una autonomía cognitiva alejada de los designios de los tecnócratas del dato.
Si millones de moscas comen mierda...
Finalmente, a la hora de tener cierta independencia en materia de mensajería instantánea, la cosa está más áspera. Sabido es que los cambios que pone Whatsapp para su plataforma poco tienen que ver con las facilidades y mejoras a la hora de comunicarse por lo que otrora conocíamos como "chat": ya nadie habla de chatear porque ese tipo de comunicación murió. Cuando uno chateaba no necesitaba tener un desesperante feedback que te muestre que la persona está por escribir, que está por mandar mensaje, un patrón de diseño completamente oscuro hecho exclusivamente para que nos quedemos ahí dentro de esa aplicación. Whatsapp como aplicación deja muchísimo que desear y su uso solamente se explica por el conocido "efecto de red", es decir, vale porque mucha gente lo usa: si millones de moscas comen mierda, la mierda debe ser buena.
Contra ese tipo de manejos resulta sumamente difícil contrariar sin caer en el ermitañismo analógico que mencionamos al inicio: abandonar esas plataformas no es una opción. Pero sí saber que existen otras. No me refiero a Telegram, que tiene más problemas y realiza prácticas aún peores; tampoco pienso en Signal, sino más bien en algo básico, estandarizado. XMPP es un protocolo de mensajería instantánea que existe hace más de 25 años y forma parte del stack de Internet, así como HTTPS, el correo electrónico o la World Wide Web. Anteriormente conocida como Jabber, fue utilizado por Google en la era de Google Talk y al día de hoy sigue en desarrollo, teniendo clientes mobile para Android y iOS, permitiéndonos comunicar entre personas (la mayoría de las veces) sin utilizar un número de teléfono, sin servidores centralizados, permitiendo la encriptación de forma sencilla, sin recolectar datos y brindando las mismas características que sus competidores: mensajes, audios, videos, imágenes, llamadas y videollamadas. En el último número del fanzine cyberciruja publicamos un tutorial sobre cómo utilizar esta maravillosa plataforma de mensajería.
Ante la apatía, la desidia y el consumo por default, optamos por la acción, por decidir qué y cómo habitar la red. Así como deciden leer este sitio desde la web, desde un lector RSS, desde Instagram o Twitter, también pueden optar por luchar en el campo de la psiquis digital. No hay que ser un hacker peligroso ni ponerse un sombrero de aluminio: hay que ser más punks y no entregarse de gambas sin siquiera saberlo. No cagaremos al sistema, pero al menos lo intentaremos.