En los primeros años después de terminar el colegio me copé con fumar y tomar mucho. Y también con drogarme bastante. Pasaba media semana de joda, y la otra mitad me la agenciaba para rendir bien en el trabajo, cursar y recuperar algo de peso. Supongo que estaba muy enojado o que quería probarme algo. O tal vez solo haya sido que, al igual que a Sara Hebe, me gusta si marea.
Como sea, durante cuatro o cinco años me dediqué a explorar el mercado secundario de drogas de capital y provincia con un sigilo que sigo sin creerme, una altísima habilidad en stealth como para que ningún cana y casi nadie de mi entorno careta se diera cuenta. Vivía en modo turbo pero me mostraba en modo ninja.
Salí de ahí creo que a tiempo, con la idea de que si no sacás algo de la joda en cuatro o cinco temporadas, igual tenés que agarrar bien las anécdotas e irte. Por tu bien y por el bien de las jodas ajenas.
Para cuando finalmente pude, después de un par de intentos fallidos, el porro se volvió urgente ante la emergencia de reducir daños, de negar vínculos, de borrar números, de desinstalar apps, de ponerme en orden vaciando bolsas y llenando papelillos, de cambiar el sentido del flujo pero sin caer en la Iglesia Universal.
Es difícil que quienes nunca transitaron una adicción le den su real dimensión a la perspectiva de la reducción de daños. Lo difícil no es que entiendan sus preceptos o aplicaciones, sino que puedan empatar la psicología del adicto.
La mayoría caímos en alguna haciendo escapismo y nos volvimos adictos a tener un canal de evasión que nos podíamos administrar a demanda, como un permiso para circular por la banquina pero también con la espiritualidad de un dispositivo arcano que ordena nuestra energía. Creo que el cannabis es una de las herramientas menos dañinas para encarar un proceso de reducción de daños. Aunque puede que haya exagerado con el mío.
Reducción de daños Aumento de caños
Lo que no tuve en cuenta fue que para ir reduciendo los daños iba a terminar aumentando los caños. Empecé a fumar más porros, más grandes y más a menudo. Eso me obligó a bajar la cantidad o la calidad del escabio por motivos económicos y también porque, en altas dosis, los dos combinados ya no me caían tan bien.
Desasociado de otros consumos, el chupi empezó a perder su encanto para mí, y me volví selectivo. Hay estudios y encuestas de todas partes del mundo que señalan que la popularización del uso de cannabis está teniendo como consecuencia la reducción en el consumo de bebidas alcohólicas.
No tengo una valoración moral sobre esa estadística, porque también es verdad que el alcohol es mágico y que estar en pedo es una liga distinta a estar fumado. Pero volver de la bebida como estilo de vida es cada vez más pesado.
La forma en que administramos nuestros menesteres siempre, siempre, tiene que ver con despejar la X. Estudien lógica y álgebra. Y estudien también el mercado: tenés que ganar muy bien para fumar faso de genética, sin paranoia ni taquicardia, y en paralelo chupar alcohol de calidad, preparado rico y en lindos entornos. No pasa tanto, y menos si tenés veintipico y estás re metido en una.
Por qué elijo la marihuana antes que el alcohol
Hoy, algo así como quince años después, desarrollé una estima exagerada por el cannabis, insoportable hasta para los estándares de la gente fumona. Si hay un opus dei del porro, soy del opus dei del porro. Si hay un porro, yo soy el del porro. Si solo queda una tuca, ya no queda porque me la acabo de fumar. Y en esa relación cada vez más simbiótica, fui dejando de tomar alcohol de una forma progresiva y consciente.
El factor supervivencia
Cuando estás buscando salir de una adicción lo que menos necesitás es frustración, y el alcohol puede montar un combo de ansiedad exacerbada más exposición a la frustración, además de ser un gran inhibidor de tu resistencia.
Tomar alcohol fuera de casa pone en juego demasiados elementos, y esperar en las barras siempre me puso del orto. Y después está el tema de cómo se lo prepara, lo que cambia de local a local, de barman a barman, de día a día. El sabor no es el mismo, el pegue tampoco, la expectativa no se cubre y el costo es cada vez más alto.
El porro, sin embargo, me ofrecía una consistencia total, en la medida en que me llevaba de casa una experiencia previsible que me podía ofrecer la dosis de mambo justa. La cantidad de fasos que me llevara me imponía, también, un límite, un tope. Aún hoy estimo mucho esa constancia del porro ante el alcohol, que no es ni más ni menos que otra expresión de constancia del suministro propio ante la alternancia de lo que podés encontrar allá afuera.
El factor económico
Lo de arriba está un poco relacionado a que un trago aceptable en Buenos Aires siempre costó más o menos lo mismo que entre 1 y 2 gramos de porro aceptable: hoy unos 8 a 14 mil pesos. Nadie sale a tomar un solo trago, y bajarse dos o tres tiene el mismo costo que unos 5g de churro, casi asegurado.
Son dos horas de bebida contra varios días de fumata. En un país donde planificar costos es imposible, esa diferencia se volvió abismal para mí. Sobre todo cuando empecé a sentir que por cada trago mal preparado, caliente o sin gusto, me estaba perdiendo un par de ricos fasitos.
El factor sensorial
Desde un punto de vista más gourmet, la marihuana también puede tener grandes ventajas ante el alcohol, o por lo menos le empata en la paleta de experiencias de sabores y olores, con la diferencia de que a la mañana siguiente el olor a porro sigue siendo rico y el olor a escabio puede mutar a lo desagradable.
El factor operativo
Quienes llevamos un uso tan alto y constante de marihuana podemos parecer unos zombies pelotudos, pero en realidad no terminamos nunca de perder la lucidez. Es extremadamente raro que nos dé un apagón de faso, mientras que todos podemos contabilizar al menos un par de blackouts por pasarnos con el alcohol.
Me he levantado con mucha fiaca después de madrugadas muy ahumadas, pero nunca nunca con resaca de porro. Nunca me detonó la panza. Y nunca me costó volver a trabajar al otro día.
El factor competitivo
Las actividades que más disfruto hacer desde chiquito son escribir, tocar la batería y jugar videojuegos, y las tres maridan bárbaro con el cannabis, con algunas bebidas y con otros elementos de la tabla periódica también, pero no viene al caso.
Sin embargo, en general el porro outperformea siempre al escabio y en general resulta una mucho mejor llave para entrar en "la zona" que el mambo que ofrece el chupi. Me refiero por "la zona" a ese estado metafísico-químico-mental donde realmente fluís al jugar un videojuego, al meterte en una historia, al hacer música, al practicar un deporte, al hacer el amor.
Para realizar repetitivamente tareas conocidas (andar en bicicleta, manejar un joystick, tocar un instrumento), también la marihuana comparativamente genera menos errores no forzados que el alcohol.
Se trata de reducir daños, ¿o no? Todo partido ganado vale tres puntos.
El factor mascarada
En ese contexto, el blanquear en casa que fumaba faso también redujo los daños en mi vieja: le ofreció una explicación que le evitaba el impacto que podían tener los motivos completos de las ausencias a ciertos eventos familiares o la inoperancia ante algunos momentos clave. Estar hasta el culo siempre había sido la opción. Pero cómo le vas a decir eso a tu vieja, ¡sos un bruto!