Elogio de las computadoras de escritorio
Un AMD K6-2 3D Now! de 300 mhz que usaba overclockeado a 333 mhz. Pasaron más de dos décadas pero todavía recuerdo el primer microprocesador de PC que compré de forma activa, eligiéndolo, luego de que unos años antes mis viejos me regalaran una Pentium 166 dándome a elegir entre ella y una batería. Pickeé la compu y con ella aprendí, investigué mucha música y muchos videojuegos, y terminé trabajando como periodista de música y juegos. Con mi primer sueldo del diario saque una tarjeta de crédito y me compré la batería. Ciclo completo, check.
En cambio, con los ingresos obtenidos como baterista todavía no me compré ni 5g, así que tampoco podría haberme comprado una PC. Ciclo completo del modo correcto, entonces, doble check.
Ahora, así como recuerdo con emoción el K6-2, no tengo idea de qué micro tiene ninguna de las tres notebooks que hay dando vueltas por casa. Es un dato aislado que alcanza para expresar mi predilección: amo la computadora de escritorio muy por sobre las portátiles, por motivos particulares y por consideraciones generales, por recuerdos y emociones pero también por racionalidad.
Sobre todo por racionalidad: entiendo que hay un gran elemento de capricho en esa postura, pero cada vez que intento disolverlo con argumentos, sólo consigo agrandarlo más. A diferencia de las notebooks que tuve, a las que nunca conseguí agrandarlas más.
Y digo esto para hablar rápidamente del elefante en la habitación o, a los fines de este texto, del gabinete en el escritorio: la modularidad de la compu fija la hace exponencialmente superior a las móviles. Y no tiene que ver sólo con la posibilidad de agregar parlantes y teclados mecánicos y tres monitores en paralelo para montar un pequeño home theater y jugar empepado de estímulos, sino también con la potencia de una computadora de escritorio como centro de operaciones real.
Una tabla + un asiento + una PC = un centro de mando. Las notebooks o laptops o portátiles carecen del carisma y de los orificios para bancarse el puesto con la misma eficiencia.
Cuando hablo de modularidad hablo de meter mano, no solo ante lo inevitable sino a propósito. Desmontar la carcasa de una compu de escritorio es como levantar el capot de un auto a combustión, cómo no te vas a maravillar con esa ingeniería a pequeña escala. Las PC como organismos vivos y otras metáforas.
Pero el punto es la soberbia adaptabilidad de una de escritorio ante una portátil. Instalar memoria, sumar otro disco, cambiar una tarjeta gráfica, agregar otro cooler, cambiar la grasa térmica, reemplazar la fuente, sopletear la papirola, soldar, limpiar. Hacer mierda los pines de un micro, pero hacerlos mierda vos mismo.
Después, como ordenador contextual, está el factor Argentina, que a las claras no es el país más friendly del mundo para moverte en transporte público con una notebook ni para usarla al aire libre. Posiblemente tampoco para usarlas en lugares cerrados de acceso abierto.
A eso le sumo todos los problemas que se te puedan ocurrir a la hora de comprar tecnología acá: los sobreprecios, la falta de soporte técnico y servicios posventa, la limitada variedad de marcas y modelos, los "insumos en dólares" para reparaciones, los "repuestos demorados en la Aduana", el flagelo del dólar cara chica y tales. Mayor relevancia para la posibilidad del upgrade paulatino que te dan las PC, casi una estrategia de dollar-cost averaging para insumos tecno.
La comodidad y la ergonomía en el uso tampoco son menores. Toda la gente que veo trabajar en notebook lo hace full encorvada y con los bracitos pegados como un tiranosaurio tomando agua de un charco, derivado de los tamaños de las pantallas y los teclados, derivados de los propios talles de las laptops, derivados de su obligación de ser cada vez más portables y livianas, derivada de una lógica de obsolescencias programadas en mercados saturados.
Acepto, de todas formas, que los mercados se solapan. Haciendo presión sobre esta confrontación se entromete y no casualmente, como se en la mayoría de los asuntos privados de hoy, el mercado inmobiliario. Si el único lugar donde podés vivir como estudiante o laburante es en tu habitación juvenil o en un monoambiente, tal vez un escritorio con un sillón gamer te consuma el poco oxígeno que tenés entre esas cuatro paredes para no volverte loco antes de tiempo. Y aparece también el mercado laboral. Si el único laburo que podés conseguir requiere que uses tu propia computadora, tampoco te vas a llevar el escritorio en el 188.
Cuando te vendan que la portabilidad es una solución a la época, preguntate solución para quién. Supongo que en este punto de la historia escribir un texto sobre computadoras de escritorio y portátiles es cosa de hace décadas, quizá del siglo pasado, pero a mi entender es también un debate a futuro.
Exageremos: las computadoras portátiles fueron el primer brazo que nos dejamos torcer con una promesa inconclusa de conectividad y tránsito perpetuo en el mundo globalizado, a cambio de abandonar lo que habíamos conseguido, que era una máquina en casa capaz de ayudarnos administrativa, laboral, educacional, cultural y socialmente, un artefacto que podía ser archivo, centro de entretenimiento y maquinaria pesada del pensamiento y la creatividad.
Cariño para siempre a los pibes del rap argentino que empezaron a hacer música en las notebooks del plan Conectar Igualdad, pero tenés que ser un cebado. Los dispositivos más pequeños invitan a consumir, no a crear.
Nos vendieron... pará, a mí no. TE VENDIERON la del prosumidor. TE VENDIERON la del creador de contenido migrante que es su propio jefe. TE VENDIERON una computadora y estabas bien, después una notebook y después un celular, también un smart watch. Y perdiste lo smart, guach.