¿Puede el cannabis salvar la economía Argentina?
En la película Matrix, Morfeo le da una pastilla roja a Neo, el protagonista, que le permite ver la realidad y sacarlo de la simulación en la que está sumergido, pero que él cree que es el mundo real. Un fármaco platónico, el equivalente cyberpunk a la alegoría de la caverna.
En los dos casos, el sujeto expuesto a la solución platónica pasa de creer X a creer Y respecto del mismo asunto. Para Platón este era el modo de abandonar el mundo de las apariencias y conocer la verdad absoluta que daba forma al universo. En cambio, nosotros seres posmodernos podemos darnos el lujo de quitarle el peso metafísico a esa expresión y nos alcanza con decir que ambos procedimientos (la pastilla roja y la caverna platónica) cumplen el mismo rol funcional. Es, simplemente, cambiar lo que se piensa acerca de algo.
El filósofo neo reaccionario Curtis Yarvin acuñó el término redpill para describir este dispositivo ideológico o experimento mental. De una manera análoga, podemos usar el término green pill para destinar el mismo proceso hacia la idea que nos compete y a la vez hacer un guiño simpático al autor. Que tal si por un momento suspendemos nuestra posición ideológica (ubicación en el political compass previa elección de un diseño que represente todo el espectro que creamos adecuado) respecto de las sustancias psicoactivas y las vemos desde una nueva perspectiva, como un negocio.
Más allá de que Argentina se debe un debate enorme sobre la libertad de los adultos a modular o ecualizar sus estados mentales con sustancias (legales o ilegales) hoy quiero enfocar la discusión en algo más acotado: el cultivo doméstico de marihuana y su posterior venta.
Cómo funciona el mercado del faso doméstico
Primero que nada una distinción fundamental. La mayoría de los usuarios de cannabis de entre 24 a 35 años empezamos fumando lo que se conoce como “prensado”, “paraguayo” o “paragua”. Hasta hace diez años, más o menos, el porro era un bloque tipo un caldo knorr, que se picaba hasta obtener un polvo que luego se enrollaba y se convertía en el famoso “porro”. Eso cambió desde la aparición de la revista THC a la que todos los usuarios de cannabis le debemos muchísimo. Aprendimos que el cannabis es una planta y lo que nosotros fumamos son las flores de la planta hembra también conocidas como cogollos. Que en realidad no son flores sino cúmulos florales que producen una cantidad enorme de cristales, llamados tricomas que a su vez contienen el delta-THC, la sustancia psicoactiva de la planta. El cannabis contiene un montón de sustancias conocidas como canabinoides, entre los cuales se destacan el THC por su potencial psicoactivo y el CBD por ser el responsable de un efecto sedativo que, en la mayoría de los casos, inhibe la transmisión de señales nerviosas asociadas al dolor. El CBD, que no es psicoactivo, es la sustancia por la cual se investigan los usos médico del cannabis.
Tal vez hace falta aclararlo pero el cannabis cultivado en casa, o cannabis casero, hogareño, doméstico, bajo la modalidad de “autocultivo”, es de calidad infinitamente superior a lo que llega de Paraguay ya que se evita todo el proceso de prensado que consiste en convertir a toda la planta en un bloque seco y transportarlo sin ningún tipo de protección desde Paraguay hasta su destino final en Argentina. La calidad de este producto es pésima, muchas veces incluye hongos, insecticidas, puede estar podrido y demás.
El auge del autocultivo obedeció tanto a la curiosidad ilimitada de los fumones como también a la cuestión ética de no comprarle a transas o gente vinculada con el tráfico de sustancias ilegales de las cuales la marihuana es la más inocua. Con todos estos factores en juego, se dio una especie de boom del autocultivo que puede situarse desde el año 2009 al año 2019 y que a mí me gusta llamar “la década fumada”. El boom tiene que ver con una dinámica que sigue todos los pasos de un desarrollo capitalista. Los cultivadores iniciaron este movimiento por una necesidad propia (esquivar a los transas y conseguir faso de buena calidad) hasta que en cierto punto empezaron a vender los excedentes de su producción.
La marihuana es una planta muy resistente y crece en casi cualquier latitud pero acá no se necesita mucho para hacerlo: macetas, tierra adecuada, semillas y mucho sol. También existe la modalidad de cultivo puertas adentro (indoor) que requiere de lámparas, extractores y luces. Si bien esta modalidad es más extendida pues permite el cultivo de marihuana en cualquier ambiente y no sólo en verano, también es mucho más caro pues la potentes luces destinadas al cultivo tienen que permanecer encendidas entre doce y dieciocho horas durante toda la vida de la planta, que ronda un promedio de cinco meses.
El excedente del cannabis doméstico se negocia en un mercado informal, donde los vendedores y compradores se contactan de boca en boca y casi siempre por amigos que ofician de intermediarios y el precio se determina por la puja entre oferta y demanda.
Consolidada la producción de marihuana hogareña surgieron a su alrededor un montón de pequeños comercios que dieron lugar al auge de los grow shops, tiendas especializadas en insumos de cultivo. Mientras que hace unos diez años para encontrar guano de murciélago (un fertilizante muy bueno para la planta) había que meterse en un pasillo al fondo en algún PH recóndito de Flores, hoy ese mismo producto, con marca y packaging se consigue en el vivero de la esquina. Los grow shops se multiplicaron en las galerías de la ciudad. Además, el cannabis se convirtió en una actividad social que reúne desde personas que cultivan para reducir daños hasta madres que quieren cultivar para crear aceite para sus hijos con afecciones como la epilepsia, parálisis cerebral o esclerosis. Además surgieron varias actividades culturales como copas cannábicas, revistas, libros, canales de youtube y el año pasado la primera exposición, organizada por la gente de la THC en la rural donde rompió récords de asistencia.
Lo simpático del porro hogareño es que, al ser ilegal, no tiene ningún tipo de regulación. No existe la intervención estatal y el precio del gramo es determinado por una tensión constante entre compradores y vendedores. Un mercado que sólo se maneja a través de la oferta y la demanda. Por ejemplo, en los meses posteriores a la cosecha que coinciden con el Otoño la abundancia de porro es tal que los precios bajan. Mientras que en Enero y Febrero la escasez hace que los precios suban. Además el porro casi no tiene demanda de dólares, sólo muy pocos para comprar semillas (pueden ir de los $3 a los $9 dólares) por lo que su precio está completamente pesificado. El precio de la semilla es equivalente casi al de un sólo gramo de flores secas, de los cuales las plantas pueden dar haciendo un promedio grosero, cincuenta por cosecha.
Aunque si uno lo piensa bien, el estado cumple un rol. Por un lado se dedica a buscar y destruir plantaciones grandes, lo cual de alguna manera funciona como una especie de ente anti monopólico, dado que cualquier plantación que exceda cierto tamaño llama la atención de las autoridades (porque es muy notoria o porque no “arreglaron”) y las liquidan.
Ahora bien el tamaño del mercado es difícil de cuantificar aunque podemos tener una idea general si leemos los datos sobre consumo en 2017 del Sedronar:
Es la droga ilícita de mayor consumo en el país. El 7,8% de la población (de 12 a 65 años) declaró su uso en el último año; el 10,7% de los varones y el 5,2% de las mujeres. Entre 2010 y 2017, el consumo creció en todos los grupos de edad, tanto en varones como en mujeres. Sin embargo, son los varones y los jóvenes comprendidos entre los 18 y 24 años los que presentan las mayores tasas de consumo. En tanto el 2,7% de los adolescentes de 12 a 17 años consumió marihuana en el último mes.
Estamos hablando de más o menos un millón cuatrocientas mil personas que usaron marihuana al menos una vez durante el año pasado. Y un dato no menor que agrega el informe es que más de un millón de personas consumieron marihuana en los últimos treinta días (5,4%). Para ponerlo en perspectiva unas dos millones trescientas mil personas dijeron haber tomado alcohol en el último año.
Si bien, por ahora, es imposible determinar la cantidad de usuarios que fuman prensado versus los que fuman flores, con agregar este ítem a la encuesta anual del SEDRONAR podríamos adquirir esos datos y cuantificar el tamaño real del mercado de marihuana doméstica con fines recreativos. Aunque este tipo de uso es sólo la punta del iceberg, dado que el mayor potencial de la marihuana está asociado a su uso medicinal gracias a una variedad de cannabis conocida como cáñamo industrial.
La golpeada economía argentina
Argentina hace diez años que está estancada, sin crecer y con una economía que oscila entre la recesión y la crisis. Esto puede verse tanto en el deterioro de su PBI en el período 2011–2019 así como en las cifras rampantes de pobreza y desempleo.
Quizá esto suena muy abstracto, pero en la vida real esto significa, peores sueldos, peor salud, peor educación, peores condiciones de trabajo, menos posibilidades de salir de la pobreza, más enfermedades, más exclusión. En definitiva la penuria económica, en este contexto, lleva a una destrucción de la calidad de vida.
Lo difícil del modelo productivo argentino es que para sostener una nueva época de crecimiento, va a tener que cambiar su estructura productiva, o esperar que la suerte le regale de nuevo un boom en el precio de algunos de los commodities que produce: soja, trigo, maíz. Por un lado está claro que no podemos depender exclusivamente de la suerte y que, cambiar hábitos productivos, es muy difícil. Por todos estos factores, la marihuana representa una oportunidad única.
Se trata de un producto el cual ya sabemos cómo producir a nivel hogareño y que sólo habría que llevar a una escala industrial. Pero además es un producto agropecuario, actividad en la que Argentina tiene una tradición como pocos países. Lo único que nos detiene de esta fuente de ingresos nueva y renovada es una tara ideológica. No tenemos que cambiar la estructura productiva, no tenemos que sacar nuevas leyes, inventar nuevos impuestos ni fomentar nada. A nivel estatal sólo significa cambiar el enfoque, sacar la marihuana de la órbita del ministerio de seguridad y pasarlo a los de salud y agroindustria. A nivel social, implica cambiar una forma de pensar, tomar una green pill. Lo único que tenemos que hacer es dejar de lado un prejuicio y tal vez podamos salvar una parte de la economía argentina.
Legalización
Mi propuesta de legalización es la siguiente: el estado no tiene que hacer nada. En realidad tiene que modificar la Ley 23737 y sacar a la marihuana de la lista de sustancias prohibidas. Después, es dejar que el mercado del cannabis siga su camino actual y a lo sumo crear un sistema de licencias para dispensarios a la holandesa donde el producto se venda al público. Cada tanto se podrían inspeccionar los lugares y certificar la calidad del producto. Con la coyuntura producto de la pandemia de COVID-19, esa estructura podría ser digital. El gobierno podría autorizar la compra venta a través de una empresa de comercio electrónico y la distribución quedaría en manos de aplicaciones como Glovo, Rappi o Pedidos Ya.
El impacto en la recaudación sería inmediato a través del IVA cobrado al cannabis recreativo. Mientras que el precio del gramo de flores oscila alrededor de los tres y seis dólares el estado recaudaría el 21% de todas las transacciones. Creo que la mayoría de los usuarios de cannabis estarían dispuestos a pagar un 21% más en el precio del producto a cambio de que sea legal. A su vez, a cambio de tributar los usuarios podrían exigir el cese de las hostilidades. Es decir, que el estado levante la prohibición estipulada por la ley 23737 de 1989 y no se persiga más al cultivador ni que se inicien causas por tenencia, cultivo y comercialización de cannabis (semillas incluídas). De esta forma habría un impulso enorme a la industria. Al ser legal la cantidad de cultivadores se multiplicaría y eso daría un impulso mayor al mercado de cannabis doméstico. Así cientos de argentinos podrían usar sus habilidades y conocimiento en generar un ciclo de crecimiento, más puestos de trabajo, y pasar a la vanguardia de una industria que está en auge.
De esta forma todas las partes ganan. El estado suma una nueva fuente de ingresos además de ahorrar los costos de mantener seres humanos encerrados por causas judiciales relacionadas con la tenencia, el cultivo y la compra venta de marihuana. Se terminaría el número absurdo de procesos judiciales, los costosos operativos policiales, pudiéndose ahora enfocar en lo que realmente importa: consolidar las fronteras del país e impedir que las redes de narcotráfico expandan su influencia en el territorio nacional.
Aquellos que importen cannabis de otro país de forma ilegal deberían ser castigados de forma total. Además, la importación de prensado sería exterminada desde el punto de vista económico por qué el mercado tendría tal nivel de oferta que incluso habría lugar para un producto de buena calidad y barato. Quizá esta sea la razón principal sobre porqué no se avanza con la legalización de esta sustancia.
Economía Verde
La economía del cannabis ya empezó y está en su mejor momento. Estos primeros años serán dónde se produzca la mayor ganancia y luego, de forma progresiva, el producto va a tender a convertirse en un commodity. Por eso, es imperioso que Argentina no pierda, otra vez, el tren de la innovación.
Canadá y Holanda son los pioneros y Estados Unidos está empezando a sumarse a la fiebre verde. El país gobernado por Justin Trudeau legalizó todo el ciclo productivo del cannabis, tiene un mercado cercano a los cinco mil millones de dólares y dos de las principales compañías dedicadas a esta actividad: Canopy Growth y Aurora. Ambas recibieron inversiones millonarias de fondos de riesgo y amenazan en convertirse en los gigantes de la región. En Holanda, el negocio de la marihuana representó un punto del PBI en 2018, reportando una ganancia de 4.8 mil millones de euros. Un punto en una economía ultra desarrollada e integrada al comercio mundial. Ese es el potencial de esta industria.
Para tener una idea de la rentabilidad del negocio en suelo estadounidense tomamos los datos que nos proporcionó un inversor privado, que en la temporada 2019 produjo cannabis medicinal en el estado de Colorado:
En 1 acre (0.4 hectáreas) de tierra se pueden cultivar en promedio 2.000 plantas. Se estima que cada planta, conservadoramente, produce 1 libra (0.45 kilos) de biomasa. En Junio del 2019, la biomasa tenía un valor de $2.90 dólares “por punto de porcentaje de aceite”. El porcentaje de aceite se estimó en un 10%, lo que resulta en $29 dólares por planta, o $ 58.000 por acre ($130,000 por hectárea).
La clave está en el precio del punto por porcentaje de aceite. En el pico máximo de la cosecha el precio rondaba $1.75 dólares. El impacto negativo en las inversiones producto de la pandemia hacen suponer a los especialistas que, este año, la superficie cultivada será menor por lo cual el precio por punto de aceite, será superior.
Según un informe de una consultora de la industria, pese a ser sólo legal en tres estados, la industria del cannabis generó 211 mil puestos trabajos de tiempo completo y otros 300 mil trabajos indirectos en suelo estadounidense. Alcanza con navegar instagram para encontrar cientos de personajes del star system norteamericano promocionando sus propias variedades de productos canábicos. Desde el actor, guionista y director de cine Seth Rogen hasta el ex campeón de los pesos pesados, Myke Tyson.
Si bien la escala de la economía argentina y la estadounidense son incomparables, esto nos da una idea del potencial que tiene la industria de la marihuana. Argentina, hoy por hoy, según confirmó otro experto de la industria local ya exporta genéticas al Uruguay.
Con un mero cambio legal, nuestro país podría ser pionero en la región y acaparar un mercado multimillonario y generar miles de puestos de trabajo nuevos, dos necesidades urgentes para nuestra golpeada economía. Para ello es necesario dejar nuestros prejuicios de lado y poner todo lo que sea necesario para que Argentina retome la senda del crecimiento económico. No hacerlo sería en el mejor de los casos una estupidez y, en el peor, un acto criminal.