Soberanía de los estados mentales: un aproximación a Byung Chul Han
Soberanía de los estados mentales: una aproximación a Byung Chul Han
La historia de la filosofía, y por lo tanto de una parte del conocimiento humano, está llena de paradojas. Pensemos por un segundo en el fundamento de la filosofía moderna, el cogito cartesiano, inmortalizado en la fórmula cogito ergo sum o “pienso, luego existo”. Descartes se propuso dudar de la realidad, de las verdades matemáticas, de la bondad de dios. Pero no puede dudar de que está dudando. Así, el fundamento de la filosofía moderna reside en una paradoja: una duda que no puede dudar de sí misma.
Pensemos en Platón, tal vez uno de los pensadores más influyentes de la disciplina que se rompió la cabeza buscando la esencia de las cosas, aquello que no podemos sacarle a algo sin modificarlo por completo. Luego de una vida de trabajo, reflexión y búsqueda, Platón concluye que las esencias están en otro plano de la realidad y se mantienen alejadas de la corrupción de la materia. La esencia de las cosas está fuera de ellas.
Avancemos unos cuantos siglos hasta Kurt Gödel, uno de los matemáticos más brillantes de la humanidad. Gödel demostró que nuestro sistema de conocimiento más sólido, la matemática, contiene, producto de esa solidez, enunciados que no se pueden probar ni refutar. Puedo continuar citando ejemplos pero no es lo que hoy nos congrega.
El filósofo coreano Byung Chul Han, en su conciso libro “Psicopolítica” estructura todo su argumento alrededor de una paradoja: la libertad se convirtió en una herramienta de dominación. Y de esto voy a hablarles hoy.
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Byung Chul Han es un filósofo de Corea del Sur, educado en Alemania. Para él, el estrés, la angustia, la depresión y la ansiedad son síntomas del modo de producción en el que vivimos. El resultado de una paradoja: nuestra propia “libertad” es la nueva coacción.
Podemos discutir horas si primero vienen las condiciones de producción y después la ideología. La respuesta de qué es prioritario a nivel ontológico nos va a ubicar en diferentes posiciones académicas y políticas. Lo que no se puede negar es que ambos fenómenos conviven en forma simultánea y coexisten. Foucault se caracterizó por pensar cómo el paso del modelo de producción feudal al capitalista había afectado las vidas de las personas. Llamó a su teoría “Biopolítica” porque determinó que la coerción más fuerte se dio sobre el cuerpo y las formas de administrarlo, nombrarlo y controlarlo. Podemos decir que Foucault caracterizó el ejercicio del poder en el período del capitalismo clásico bajo lo lógica de lo que otro gigante como Max Weber llamó “la ética protestante del trabajo”. De forma muy esquemática podemos definirla como la noción del trabajo en tanto deber, un deber moral o ético. Entonces, tenemos la tríada capitalismo clásico, ética protestante y biopolítica.
Byung Chul Han pega un salto y nos arroja a pensar el presente, de ahí su importancia y vitalidad. Ahora bien, el capitalismo cambió, la ética protestante cambió y la biopolítica mutó en “psicopolítica”. La mutación del capitalismo tiene que ver en parte con el paso del capitalismo ligado a la producción hacia un capitalismo ligado al poder financiero. Esto se da como consecuencia de la salida del patrón oro en 1971 por parte de Estados Unidos bajo el gobierno de Richard Nixon. Mientras que en el capitalismo clásico la moneda tenía un valor convertible (se podía cambiar por un metal precioso) hoy el dinero también está sometido en sentido estricto a la oferta y la demanda. Su valor sólo depende del poder de un Estado para convencer mediante la coerción a sus habitantes de que lo usen.
El filósofo finlandés Pekka Himanen desde hace al menos quince años acuñó el término “ética hacker” para explicar un nuevo fenómeno: la transición de la ética protestante del trabajo como deber a la ética hacker (surgida dentro de las comunidades de programadores y de ahí su nombre) del trabajo como pasión y goce.
Lo interesante es que cuando Himanen apunta a decir que la ética hacker es una especie de subversión del fundamento del trabajo, (porque uno estaría gozando más que cumpliendo un deber) no llega a contemplar la posibilidad de que esta reemplace por completo a la ética protestante y se convierta en la nueva ideología hegemónica del turbo-neo-pos-trans- capitalismo.
¿Qué cosa más perfecta para un empleador que sus empleados no sólo trabajen por deber sino que lo hagan por pasión?
Byung Chul describe a esta nueva ideología como smart power. Es el paso de la lógica de la imposición a la lógica de la seducción.Ya no se nos impone un modo de vida sino que el capitalismo nos vende un sueño que nosotros mismos hacemos propio. Anhelamos ser algo autodeterminado, un “proyecto libre”, elegir nuestra carrera, encontrar nuestra pasión y triunfar en ello. Viajar por el mundo, ser tu propio jefe, tener tu propia empresa. Ser libre, emprendedor, independiente. Pero cuando eso no funciona aparecen los efectos secundarios: depresión, angustia, frustración, estrés… Porque la responsabilidad de ser un sujeto “exitoso” (según los parámetros de la ideología hegemónica) pasa a depender de nosotros mismos. Y si eso no sucede (no creo mi propio empresa, no soy un freelancer exitoso, no consigo el trabajo de mis “sueños”) entonces la responsabilidad del fracaso es total y absolutamente mía. Dice Byung Chul:
“Quién fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal. No deja que surja resistencia alguna. En el antiguo régimen de explotación ajena es posible que los explotados se solidaricen y juntos se alcen contra el explotador. Este es todo ‘el truco’ de Marx. Sin embargo, esta lógica presupone relaciones de dominación represivas. En el régimen neoliberal de la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta agresividad no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo”.
Es como cuando sos gordx y no te entran los talles del probador y mil situaciones más. Cómo cuando hay un accidente de avión donde se busca primero culpar al humano a cargo para no evidenciar la falla en el sistema. Por eso, el nuevo campo de batalla del capitalismo es la mente.
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La presente crisis de libertad consiste en que estamos ante una técnica de poder que no niega ni somete la libertad sino que la explota. Veamos un ejemplo concreto. Esta publicidad de Movistar: una chica hippie chic, bailando en medio de humo de colores, con cierta felicidad aparente y una consigna.“Elegí todo”.
La cara actual de capitalismo es la que te permite todo, la que no prohíbe nada, la que “empodera” al consumidor. Elegí qué querés ver, qué querés comer, elegí, elegí, elegí, todo. Todo vale, todo es lo mismo. Hay para todos los gustos, todas las opciones, todas las tendencias políticas: veganos, nerds, gays, freak, facho, liberal, trosko. Hay algo para cada gusto. El capitalismo no permite “afueras” porque es una segmento de mercado menos. Ése es el único lugar de elección posible: el consumo. Mientras compres o vendas, no importa lo que sea, lo que necesitamos es reproducir el capital al infinito.
Así nace la famosa “gig economy”, bajo la lógica de la optimización del capital. Dentro del capitalismo que un auto esté estacionado desperdiciando tiempo de producción es un pecado imperdonable. Entonces aparece Uber. El cuarto vacío, y aparece AirBnB. ¿La bolsa cierra? ¡Estás loco! Y aparecen las criptomonedas: un mercado de libre cambio financiero global que trabaja 24 horas al día 365 días al año. La curiosidad se volvió un negocio con Google, la amistad con Facebook, el sexo con Tinder, la estupidez y la viveza con Twitter, la vanidad con Instagram. Cada actitud humana es una nueva forma de hacer dinero.
Todo queda bajo la lógica de la optimización. Así vivimos en una explosión de lo que Foucault llama “tecnologías del yo”: dispositivos para mejorar el rendimiento. Coaching, Crossfit, Mindfulness, charlas motivacionales. Todas prácticas apuntadas a “sostener” el aparato psíquico — biológico de los trabajadores para que no tengan problemas a la hora de rendir. Por eso mismo ya no son sólo los individuos los que se someten a estas prácticas sino que las propias empresas pagan a sus empleados cursos de coaching o planes de gimnasio. Es que los necesitan felices y productivos.
Es el “modelo Google” aplicado a escala global. Y es una puta pesadilla.
Incluso el ocio y el juego caen bajo esta misma lógica. Es como dice Zizek en un texto “la gente ya no juega al tenis, practica su revés cruzado”. Pensemos por un segundo en los e sports: no es sino la lógica del juego sometida al rendimiento absoluto del capital. Hace años publiqué una nota en la revista NAN donde me preguntaba esto ¿son los esports un triunfo del ocio por encima del trabajo o del trabajo por encima del ocio? Y es lo segunda. El juego está sometido a la lógica del rendimiento. No alcanza con jugar, tenés que competir, ser stremear, sumar followers, ser influencer.
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“Ya no trabajamos para nuestras necesidades sino para el capital. El capital genera sus propias necesidades que nosotros, de forma errónea, percibimos como propias. El capital representa una nueva forma de trascendencia, una nueva forma de subjetivación”.
Es, decir, en tanto que nuestros intereses sean los del capital, estamos al horno. Pero como dice Byung Chul, no es un tema de capitalismo contra socialismo -donde el trabajo también es una forma de trascendencia- sino de la inmanencia contra la trascendencia. Por eso, propone un retorno a dos aspectos de la vida: por un lado, la libertad no puede estar basada en la competencia porque la libertad no es individual sino un acto colectivo. En la medida en que sólo yo soy libre y el resto no, estamos en problemas. Entonces, volver hacia formas de participación colectiva es fundamental. Por otro lado, propone una vuelta a la inmanencia, es decir, a hacer las cosas por el goce de hacerlas. Que lo que hagamos sean fines en sí mismos.
Lo más rescatable de la filosofía de Byung Chul Han es que nos propone una salida inmediata a la situación actual. La recuperación de la libertad no está puesta detrás de un objetivo general como una revolución política. Sino algo mucho más alcanzable: cultivar las comunidades locales y hacer cosas que nos conecten con nosotros mismos. Un asado con amigos, cuidar nuestro propio jardín, pintar los juegos de una plaza con los vecinos del barrio. Hacer algo. En la era donde hacer es opinar, Byung Chul Han propone que hacer sea hacer.
Esa es la diferencia fundamental entre dos versiones de la misma actividad: la meditación zen y el mindfulness. Mientras que la primera es una práctica de la inmanencia y un fin en sí mismo, el mindfulness lo hacemos para algo más. “Medito para estar mejor, para bajar el estrés, etc” y justo eso es lo que no hay que hacer. En cambio, en la tradición zen hay un dicho clave “No medito para ser Buda, cuando medito soy Buda”. Es como esa vieja paradoja del nuevo testamento que dice “busquen el reino de dios y todo lo demás vendrá por añadidura”. Concentrate en lo importante y todo lo demás viene de regalo. Ahora, si nos enfocamos en los regalos cagamos porque de nuevo caemos en la lógica de la trascendencia.
Y no es que no podamos hacer alguna actividad trascendental, de hecho estamos condenados a hacerlas Es que tenemos que hacer, por lo menos, una actividad inmanente porque eso es lo único que garantiza la soberanía de los estados mentales y por lo tanto la libertad.