"Discussions of money drive social apes mad".
Nick Land
En los últimos meses palabras como bitcoin, ethereum, dogecoin, NFT, DeFi se volvieron moneda corriente. Quienes antes no se animaban a acercarse al fenómeno de las criptomonedas, hoy se lanzan sobre lo primero que encuentran para “no quedarse afuera”.
En el último año la cotización de Bitcoin rompió su techo histórico de veinte mil dólares y hoy cotiza “estable” en la franja que va de los cincuenta a los sesenta mil dólares. Impulsados por esta suba astronómica y su “efecto derrame”, las criptomonedas o activos digitales llegaron al mainstream y se instalaron como parte de la discusión pública.
Sus apologistas destacan las cualidades: bitcoin tiene emisión limitada, no está bajo el dominio de ninguna empresa, Estado u organización y es resistente a la censura. Sus detractores enarbolan otra serie de argumentos: es una burbuja, no es sustentable y resta poder al Estado.
Parado desde el primer grupo, creo que el principal beneficio del auge, boom, ¿burbuja? de las criptomonedas es que nos permite discutir acerca de la naturaleza del dinero. Un tabú. Si bien es innegable el carácter único que ocupa el dinero en nuestra sociedad, es relativamente poco lo que sabemos acerca de él, al menos si lo comparamos con otros objetos a los que les dedicamos nuestro tiempo y curiosidad. Y está bien, no se puede saber todo. Aunque si pensamos por un segundo la cantidad absurda de tiempo que destinamos a conseguir dinero es un poco raro que no sepamos cómo funciona. ¿Casualidad? No lo creo.
El desconocimiento, a su vez, se convirtió en objeto de una variable de la autoayuda: la tan publicitada “educación financiera”. Este contenido hace demasiadohincapié en la ignorancia de las personas y cómo, en definitiva, la pobreza es responsabilidad suya. Esto es parte de la ideología del neoliberalismo global quién transfirió, simbólica y materialmente, la responsabilidad del ascenso social en los individuos a la vez que recortó los mecanismos sociales para lograrlo. Es curioso, entonces, que detrás de un mensaje supuestamente “emancipador” se escondan estas pequeñas sutilezas ideológicas para nada inocentes. De hecho, la mayoría de la población transcurre su vida ajena al funcionamiento del sistema financiero, la economía y el dinero. Y esa ignorancia aumenta de forma considerable las asimetrías entre los trabajadores, que dependen de su salario para vivir, y las empresas, individuos y organizaciones dueñas de grandes capitales.
El objetivo de este texto es mostrar que es posible conocer el funcionamiento del sistema financiero, usarlo a nuestro favor para reducir la cantidad de horas necesarias destinadas a ganar dinero, sin caer en las trampas psicopolíticas del neoliberalismo.
Dinero Fiat
Pocas veces tenemos la oportunidad de discutir acerca de dinero. Por eso, el mundo de las criptomonedas implica una novedad. Cuando hablo de Bitcoin con alguien, la primera pregunta a la que me enfrento es “¿Qué respaldo tiene?”. Una consulta súper interesante porque hace evidente la creencia de que el dinero tiene algún tipo de respaldo.
Entonces, ahí nomás se produce la epifanía. El dinero de circulación normal, conocido como dinero fiat o fiduciario (pesos, dólares, euro, yen, yuan) vale algo porque el Gobierno los acepta como legales. Desde que en 1971 el 37º presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, abandonó el patrón oro (el viejo sistema monetario en el cual los dólares eran el reflejo de una porción de oro atesorado en la Reserva Federal), el dinero dejó de tener algún valor intrínseco, es decir, inherente a sus características.
En este sentido, Paul Krugman, Premio Nobel de Economía, tuvo una intervención bastante reveladora (puso en evidencia la operación ideológica que se nos muestra siempre de manera opaca) mientras participaba de un programa de televisión:
Ya sabes, a diferencia de los pedazos de papel con caras de presidentes muertos, que están anclados en el hecho de que podés usarlos para pagar impuestos, Bitcoin no tiene un ancla.
Esta cita dice mucho más del dinero fiat que de Bitcoin. Lo que Krugman dice, y que de alguna manera el público en general desconoce, es que el dinero moderno (post Nixon) obtiene su valor a raíz de que el Gobierno lo reconoce como el único medio posible para el pago de impuestos. El dinero es, en definitiva, una convención social cuyo valor se deriva de la confianza que las diferentes personas tienen sobre quien imprime ese dinero; en nuestro caso, el Estado argentino.
Por lo tanto, si una organización puede generar la suficiente confianza y convencer a cierta cantidad de gente de que algo tiene valor, esa cosa adquiere valor. Claro que eso es mucho más fácil si esa organización se llama Estados Unidos y tiene, para respaldar su posición, el ejército más grande y mejor preparado del planeta. En caso de que la organización falle en su objetivo, será entonces reputada como una burbuja. El dinero como relación social, por lo tanto, está atravesada también por *yo te invoco fantasma de foucault* relaciones de poder. Oh yes, we live in a society.
Bitcoin opera de una forma similar, sólo que la “confianza” ya no se deposita en una entidad central, como puede ser el Estado o un banco, sino que se transfiere a un protocolo de prueba criptográfica descentralizado. Aclarar este enunciado nos llevaría otro artículo, por ahora pueden leer esto si es que el tema les interesa.
Pese al argumento de la “confianza”, muchas personas sostienen que el valor de bitcoin no reside sólo en un consenso arbitrario sino que ese consenso se deriva de las características propias del activo: escasez, utilidad (capacidad de transferir valor en todo el mundo sin intermediarios ni requerimientos previos) y correctos incentivos. Para quienes creen esto, Bitcoin es incluso superior al dinero Fiat.
Sin dios, ni Estado ni patrón
La existencia de bitcoin hace explícito el carácter político del dinero y rompe con la ilusión de neutralidad. En Argentina, pese a que vivimos hace al menos diez años en una economía en crisis permanente, hablar de dinero (guita, plata, mosca, biyuya) es tabú. Y esta prohibición verbal, que pesa sobre la economía personal, beneficia directamente a quienes manejan el sistema financiero dado que produce una asimetría —de conocimiento y por lo tanto de poder— entre estos y los ciudadanos comunes.
El terreno de las finanzas queda restringido a un grupo de privilegiados que funcionan como intermediarios entre el dinero y el resto de la población. Quienes no conozcan, ni sepan ni entiendan cómo funciona el crédito, por ejemplo, pueden ser más propensos a endeudarse. Tal como sucede con el uso de las tarjetas de crédito —por no hablar de los préstamos personales y las financieras flojas de papeles— que, si bien son a simple vista una facilidad para la gran mayoría, terminan por ser la puerta de entrada a las deudas y un negocio enorme para los bancos. Y para el sistema: la deuda constante es un disuasor más que eficiente para salir a trabajar todos los días.
Si “manejar dinero” se reputa como una operación de alto riesgo aparece la necesidad de intermediarios en cualquier operación: comprar acciones en la bolsa, armar un plazo fijo, pedir un préstamo, armar un portafolio de inversiones. Estos mediadores son, de alguna manera, como los sacerdotes que cobran peaje entre dios y los hombres y funcionan como intérpretes de los mensajes divinos. En este caso, Dios es el dinero y el banco, un templo.
En el viejo rito del Antiguo Testamento, sólo el sumo sacerdote puede entrar a la parte santísima, el sancta sanctorum, que es el lugar donde dios se manifiesta. Es curiosa la similitud entre el lugar santo y la bóveda del banco, a la cual solo acceden los elegidos. En definitiva, todo el dispositivo religioso, como el bancario, sirven para ocultar lo evidente: quien detenta el poder no es dios sino el sacerdote.
El secreto mejor guardado por el mundo financiero es que el dinero produce más dinero. Mientras que la gran mayoría de las personas cambia su fuerza de trabajo para obtenerlo, al mundo financiero le alcanza con multiplicar su capital. Un trabajador necesita doce meses de ahorro para irse de vacaciones mientras que un broker de bolsa, puede obtener la misma suma de dinero en un par de operaciones financieras. Claro que para poder contar con un pequeño capital especulativo es necesario haberlo conseguido de forma previa. Por eso para la gente “rica” es mucho más fácil vivir o trabajar menos que alguien de clase media o clase baja: ya cuenta con una base que le permite realizar estas operaciones.
Las criptomonedas son un vehículo para lograr achicar esa diferencia entre un ciudadano de a pie y un especulador profesional. Tomemos el caso ya no de bitcoin, pero de Ethereum. Esta criptomoneda cotizaba cercana a los 100 dólares en el año 2019. Hoy, dos años más tarde, alcanza una cotización de cuatro mil dólares. Multiplicó su valor cuarenta veces en apenas dos años. Si a eso sumamos la devaluación del peso, el resultado es el siguiente: a principios del año 2019 un Ether equivalía a cuatro mil pesos argentinos, dos años más tarde equivale a 596 mil pesos argentinos. Y adquirir esta criptomoneda requiere de un procedimiento tan sencillo como bajar una aplicación en el teléfono, registrarse y cargar fondos. Listo
Las criptomonedas ponen en manos de ciudadanos comunes y corrientes las mismas herramientas de multiplicación monetaria del sistema financiero clásico. En ese sentido, se replica un poco lo que pasó durante la reforma protestante: el sacerdocio como institución pierde su lugar prominente, dado que la relación con dios se garantiza en forma directa, sin intermediarios.
Como sea, durante siglos, la economía, el funcionamiento del dinero y del sistema bancario quedó enclaustrado dentro de un grupo de expertos. La aparición de las criptomonedas viene a desafiar ese monopolio. De alguna forma, Bitcoin representa una especie de Prometeo moderno donde se le roba el "fuego" a los dioses, siendo el dinero fuego y los dioses, banqueros. Si hasta hace diez años todas nuestras operaciones comerciales descansaban, en definitiva, en la existencia de bancos centrales, bancos privados y otras entidades financieras, a partir de Bitcoin existe una alternativa, manejada por personas comunes, para evitar esa intermediación en la obtención y el uso del dinero.
No es descabellado entender el furor de los "early adopters" (los primeros usuarios de la tecnología) que vieron el potencial en bitcoin para dar vuelta por completo el sistema financiero mundial. Esa tesis hoy se conoce como "maximalismo" y sólo representa a una pequeña porción de los usuarios de Bitcoin. Pero lo que realmente quedó de esa euforia inicial es el hecho de que la gente común tomó para sí misma los medios de producción monetarios.
De hecho toda esta economía nueva depende de sistemas donde no existen los patrones. Las tareas de la red están distribuidas según funciones necesarias y a partir de incentivos económicos. El principal objetivo de cualquier comunidad que sostiene una criptomoneda es garantizar el consenso: mantener a la mayoría de los usuarios alineados en la misma cadena de bloques, es decir, en el mismo historial de transacciones. Todo esto, que es el sostén del valor de cualquier criptomoneda, se hace sin ningún tipo de autoridad, conducción o jefes.
Cripto es una comunidad organizada de forma autónoma, sin jerarquías ni burocracias. Esto, más allá del origen anarcocapitalista de Bitcoin, es un hecho muchas veces pasado por alto por las tradiciones de izquierda o progresistas cuando en realidad es una confirmación de varios de sus postulados. Las criptomonedas son una forma, todavía bastante rudimentaria, donde es posible la organización humana exitosa sin jerarquías. Lo cual no es poco.
Teoría del carnaval permanente
Veamos dos casos paradigmáticos: Dogecoin y Wall Street Bets. Dogecoin es una criptomoneda que nació con el simple objetivo de rendir homenaje a un meme. Pero el meme se contagió, creció, y hoy cotiza a 0.50 centavos de dólar. Al ser una moneda a la que nadie realmente toma en serio, un montón de gente compró por simple gusto, o chiste, aunque sea para joder. Un par de tuits de Elon Musk más tarde, hoy es una de las criptomonedas con mayor cotización de mercado del planeta. Lo cual es un signo de la rotura total de los valores previos asociados al dinero: seriedad, solemnidad y aura sagrada. Dogecoin, a diferencia de bitcoin, no cuenta con una emisión limitada por lo que es mucho más parecido al dinero fiduciario. Hoy el dinero es, literalmente, una joda.
Podemos también ver el caso de Wall Street Bets en donde ocurre algo similar. Con la irrupción del usuario DeepFuckingValue, y el nivel de viralización memética que tuvo su compra de acciones de Gamestop apostando en contra de los fondos de inversión que “shorteaban” a la acción, se logró no solo hacer dinero sino motorizar a toda una serie de gente para apostar en contra de Wall Street. Esto provocó pérdidas multimillonarias (y supongo que el trabajo) a financistas expertos del temido centro financiero neurálgico del país más poderoso del planeta. Todo el poder a los foros.
Así, las nociones clásicas asociadas al mundo financiero quedan invertidas. El mundo se da vuelta, y “lo sagrado”, es decir el dinero, el capital, se vuelve un chiste. Esta subversión molesta, genera incomodidad, porque de alguna forma socava la noción de autoridad que construyó el mundo financiero. ¿Querés hacer guita revoleando Panqueques? Podés. ¿Querés hacer guita boludeando con un Meme? Podés. Ese es el estado actual de la economía mundial.
En conclusión, las criptomonedas no son algo que la izquierda tradicional llamaría “revolucionarias” pues no intentan abolir (ni siquiera desde lo discursivo) la propiedad privada, el capital y las clases sociales. Más bien invierten las nociones asociadas a estas categorías y ponen el mundo de cabeza. Llevan las herramientas de las finanzas a las manos de los ciudadanos comunes, quitan de la reserva federal, los bancos centrales y el FMI, la potestad de imprimir moneda. Y un par de virgos reemplazan a los yuppies de Wall Street.
No es un cambio que busque eliminar al capitalismo sino democratizarlo al extremo, eliminando los privilegios que pertenecen a la oligarquía que gobierna. No cambian las reglas, ganan con las reglas del adversario.
El crimen imperdonable de las criptomonedas no es demostrar que dios no existe, sino mostrar que el lugar santo está vacío.
Además podés leer "bitcoin y la naturaleza social del dinero", Ruocco, 2023, Cuadernos de Economía Crítica.