El apretado microdancing de Babasonicos en Creamfields
¿Cuántas veces, en una Creamfields, hubo artistas agradeciendo los aplausos entre tema y tema? Más bien, ¿cuántas veces hubo aplausos entre tema y tema? ¿O algo así como un hueco entre tema y tema? No tengo idea, no las conté, pero son poquísimas.
Para cuando los Babasonicos a coro cantaban que "esto no es el festival de la canción, donde festejan y aplauden", hace un par de sábados, eso era exactamente lo que hacían los renegados que pickeaban esa experiencia boutique de rock y canción psicodélica por sobre los sets de Nina Kraviz o The Blessed Madonna. Hacía mucho que no podía incursionar tan fácil hacia el vallado en un show suyo. La gente estaba excepcionalmente chill.
No diría esa frase de "la calma que antecede el huracán" porque, aguantá, el huracán antes duraba hasta las 6 de la mañana y las últimas horas las carreaban Oakenfold o Fatboy Slim. Creamfields siempre fue un reservorio nacional de manijas, grasas y aspirantes a conchetas de country. Y como tal, siempre tuvimos Creamfields con shows y sets empezando después de las 5. Pero ésta terminó a la 1.30. Es curioso que, con lo que salía la entrada, muchos hayan tenido que sumar un plan post Creamfields para terminar el despegue.
La rave franquiciada por excelencia, que fue canon de festivales entre 2001 y 2015, volvió hace dos fines de semana con rarezas de época: fue diurna, en dos jornadas, con una mamushka de controles de patovicas y policías, y una cantidad exagerada de luz natural y artificial en el predio del Parque de la Ciudad (donde hace poco Juan fue a ver a Meshuggah al Knotfest). Tampoco sé si hoy es posible hacer una jodita para 100 mil personas hasta las 6 am, con venta libre de alcohol, como antes, con lo tensa y vigilada que está la gente dos décadas después. Pero bueno, divino el orden de los autos en Av. Escalada igual, eso sí.
Lo que no es una curiosidad es la inclusión de artistas de rock, pop y llamémosle indie. Por las Creamfields anteriores pasaron Cerati (con Bajofondo), Miranda!, Axel Krygier (de La Portuaria y autor, por ejemplo, de la intro de Okupas) o Poncho, la banda electro-rocker de Zuker. Estuvo un par de veces Guti, que ya entonces era un DJ asentado en Europa pero venía de ser tecladista de Jóvenes Pordioseros y de Intoxicados. Y esta vez también tocó Fermín, uno de los músicos y productores claves de la escena post pandemia.
Como sea, para cuando los Babasonicos a coro cantaban que "esto no es el festival de la canción, donde festejan y aplauden", recién eran las 10 de la noche, horario muy meridional en Creamfields de la vieja escuela. En la ahora anteúltima edición, en 2015, a esa hora arrancaba Cattaneo, como para empezar a ir entibiando la cosa. La de 2024 fue la primera Creamfields donde el más encumbrado de los djs argentinos no estuvo. Y fue la tercera para Babasonicos, que estuvieron en 2002 (la 2ª) y 2003 (la 3ª).
"Fuimos aplastados por un mar de gente ebria, ojos de coyote puestos de peyote." No digo que sea algo que nos pasó en Creamfields, digo que es lo que Adrián arrancó a cantar con Tajada, la única canción nueva que sacó la banda en los últimos dos años, y primera de un set de 20 temas en 65 minutos en formato sexteto de rock, sin Carca.
Enseguida Fizz, con su pedido de convite a la fiesta de farsantes de la espuma social. No sé por qué me acuerdo ahora de que las mesas para el sector en altura frente a los escenarios principales de Creamfields costaban entre 4 y 10 mil dólares. Hace unos días parecía raro que metieran Fizz, y más como segundo tema, pero en las Creamfields de hace 21 o 22 años, hacían Camarín. El desconcierto todavía habita sus conciertos.
Después hicieron Cretino, uno de sus temas más excepcionales, que arranca con que "el día es gobernado por los ruidos, la noche por rumores", de ahí va a lo del festival de la canción. Y de ahí Babasonicos va a Sin mi diablo, Irresponsable, El colmo. They really said vamos a hacer el show que queramos porque nadie nos va a hacer laburar de más.
Tiene sentido. Si hubiera sido BBS Tecno se hubiese anunciado como tal, como en el Sonar de 2015 y un Fri Music de ese año en Córdoba. Si hubiera sido un show de remixes, no hubiera sido un show de Babasonicos sino de un convoy de productores y djs amigos. No era tan difícil, bastaba no comerse el bait, como cuando se anunció Gorillaz Soundsystem en 2008. Era Soundsystem, boludos. Es Babasonicos, giles. Son sus canciones. Aunque claro que se podría haber armado un set más pistero aún.
La zona media del show tuvo bastante de eso pero intervenido de un modo que en un Movistar Arena o un Quilmes Rock (los acaban de anunciar para el de 2025) podría ser más orgánico al armado zigzagueante de un show de rock, que de a ratos puede emular las oleadas de velas verdes y rojas de una altcoin low cap. Pero en Creamfields, contra todo pronóstico -en realidad nadie había pronosticado nada, salvo tal vez lluvia-, hasta hubo una piba que llegó a pedir Cómo eran las cosas. Si pasó que, entre medio de Anubis, Bye bye, Microdancing o Mimos son mimos, aparecieron también Putita o Risa. En un momento, alguien clamó que "aguante el rock".
Todo ese bloque dio lugar al despliegue flashero de la puesta, otra notable puesta de Sergio Lacroix, incluyendo paredes de luces apuntando al público como en toda rave, pantallas con la liquidez dañina de la lava, representaciones destellantes de la dualidad cósmica/íntima del éxtasis. Mucho cuello, mucho rojo, mucho renegado, mucho bang bang.
Cuando dicen que el contrato social está roto me pregunto de qué contrato social hablan, hermano. Lo que tenés que conseguir es que el que mirás a los ojos no te falle, y Dargelos y secuaces, la pandilla sónica, la cuadrilla del roleplay, suele no fallar. Lo demás es replicar esa intimidad efectiva ante el mayor ratio de relaciones posibles. Y cuando no, ser como alguno de los del tándem de Carismático y Yegua: inimputable.
Vuelvo. La lanza, Deléctrico y La pregunta armaron un bloque fantástico con el gusto metalizado del final y un baile más despreocupado a medida que pasaban los compases, como si las extremidades de ese monstruo que es el público de un festival empezaran a sacudirse y activarse para lo que quedaba de la noche. Desde que sacaron ese tema, La pregunta convierte en una petit fiesta electrónica el campo y las plateas de los shows de Babasonicos. En el Parque de la Ciudad, salió en easy mode: los que estaban ahí esperaban hacía casi una hora ese tema, ese crescendo que marcó un punto altísimo del show y de la jornada.
Para entonces me seguía resonando una frase de uno de los primeros temas: "Y pediremos que mañana nadie venga a hacernos cumplir", de El colmo, como una alegoría a la joda escondida en una canción de amor. Ya en el cierre, aparece también algo de eso en esa "misteriosa invocación a encontrarnos" de Cicatriz #23, que habla del encuentro romántico y, si lo forzás, también de la devoción por un artista, la espera de un tranza o la experiencia del baño de muchedumbre de un recital. El delivery de temas de Babasonicos cotiza, sí, como el mejor polen.
Es una banda que te acaricia la espalda antes de cachetearte el orto. Por eso te cierra el show en Creamfields con Y que?. Chico dancer, vos te merecerás otra canción, pero los sueños de tu novia se van con ellos.