Hace unos meses se rompió la pantalla de mi Kindle modelo 2013 (6ª generación). Por el tipo de rotura, que parece como un rasguño, sospecho de los gatos. Pero puede que haya chocado contra algún objeto contundente en un viaje, o que simplemente sea producto del desgaste. Como sea, averigüé para cambiarle la pantalla ya que el resto del dispositivo andaba perfecto, pero en el medio me surgió un viaje a Chile (a visitar a un amigo) y terminó resultando más sencillo comprar uno nuevo. Así retiré del uso cotidiano un dispositivo que me prestó servicios por once años sin ningún problema.

Con el nuevo Kindle en mano me di cuenta de que había varias diferencias con el anterior, más que nada en el peso, el tipo de puerto y el tamaño. Pero eran todas mejoras. El dispositivo es prácticamente el mismo, sólo que más liviano, más chico y con un puerto USB-C. Todo por el mismo precio y sin resignar un milímetro de pantalla de lectura. Con ambos a mano, no me quedó otra opción que hacer una comparativa y de paso analizar el fenómeno de los lectores de tinta electrónica. 

Tinta electrónica o papel

Cuando salieron los dispositivos de tinta electrónica (siendo el Kindle el equivalente al iPhone) se abrió un debate acerca de si los libros iban a seguir existiendo. Ustedes tal vez sean muy jóvenes, o tal vez se olvidaron de la existencia de ese debate, o tal vez hayan borrado esa información de su cerebro a propósito para no tener que almacenar argumentos inconducentes en la siempre limitada memoria.

Pero, para sorpresa de nadie, el libro como formato y/o tecnología, podríamos decir como artefacto, no murió. Aunque los libros digitales avanzan sostenidamente. Según un informe de la Cámara Argentina del Libro, de todos los que se publican por primera vez en Argentina, un 58% son en papel y un 32% en formatos electrónicos. Mientras que en 2016 esa relación era de 83%-17%. Es cierto que los números en sí mismos no dicen nada, pero sirven para tener una noción de cómo viene la mano.

Además, dentro de ese porcentaje de libros digitales, la mitad casi se explica por títulos que conviven con el formato papel, y la otra por libros que sólo se editaron en digital. Ese dato es más que curioso: existe hoy un 19% de libros que son exclusivos para leer en pantallas. Uno de cada cinco publicados.

Este auge o aumento de los libros digitales no sólo es atribuible a dispositivos como el Kindle si no que se enmarcan en el aumento constante de la exposición humana a las pantallas y a la facilidad de acceso a archivos como los pdf o epub para conseguir información que de otra manera no estaría disponible. Pero esto ya va más allá del alcance de este artículo. Quizá sea material para otro.

En este contexto, un lector digital se convierte en una herramienta más que interesante.

Kindle 6ª Generación

En mi experiencia personal, el Kindle no reemplazó a los libros. De hecho, no paro de acumularlos. Tal es así que hace poco tuve que comprar una nueva estantería para meterlos. No me quejo. Pero sí es cierto que el artefacto en cuestión tiene una serie de ventajas.

En primer lugar, está la ilusión de piratear absolutamente todo. Es cierto que ni bien uno consigue un dispositivo de estos piensa "no me compro un sólo puto libro nunca más". Pero a medida que pasa el tiempo y que uno entiende cómo funciona el aparato y se acostumbra, ese pensamiento deja la cabeza.

La experiencia de leer en un aparato así es buena, es bastante parecida a un libro, pero no es un libro. Hay algo de la navegación a toda velocidad entre páginas que es irremplazable; la simpleza del papel, poder anotar cosas; no tener que tener batería, y una larguísima fila de ítems. El libro como formato es irremplazable, pero el lector electrónico nos da una ventana a una posibilidad infinita de opciones sin tener que poner más plata que la inicial.

Para libros que no se consiguen sino en idioma original, que están agotados, que son caros o que sencillamente no queremos comprar, el dispositivo es excelente. Por otro lado, para cualquier lector que no tenga ni dinero para pagar lo que sale un libro ni espacio para armar su biblioteca, son la panacea. El acceso a un catálogo infinito en apenas un par de clics en la mano.

En mi experiencia siento que, de todas formas, le di un uso poco intensivo. Revisando la biblioteca encontré que leí algo así como 42 libros y unos 57 artículos -incluyendo algunos pdf o libros que son contados como tales, pero no importa- en estos once años de uso. Si bien tardé casi un año o un poco más en reemplazarlo, desde el incidente con la pantalla, podemos hacer un promedio de algo así como 4,2 libros y 5,7 artículos al año.

Es bastante poco pero está claro que al costo que lo pagué (cerca de los 130 USD) se pagó solo. Vale dividir eso por los que leí para ver que pagué efectivamente algo así como 3 USD por libro. Pensando en que en este momento un libro en argentina está cerca de siete a diez veces ese valor, el ahorro es grande.

Ese número cambia mucho si se paga el precio en Argentina o si se consigue en el exterior, donde mantiene un costo similar al de hace diez años. Igual si son lectores como yo, de uso poco intensivo, y lo pagan al valor más caro en Argentina, cada libro quedaría cerca de los 6 USD por ejemplar. Sigue siendo una ganga. Para alguien que le dé un uso medio o intensivo, el Kindle literalmente se paga solo.

Si bien a todas luces no soy un usuario intensivo del aparato, si hay un momento del año donde lo exploto más y brilla con luz propia -siempre lo hace- son las vacaciones. El Kindle 6ª es un objeto relativamente liviano (no más de 200 gr), pequeño (17 cm x 12 cm) y es una ventana a una biblioteca infinita. Todo esto en pleno enero en alguna playa de Santa Teresita (o cualquiera de la Costa Atlántica, o las sierras, o el sur o tomando una caipirinha en Brasil) hace que justifique completamente la inversión. Transportar una biblioteca sin mover un libro es una gran ventaja.

Como yapa, es más cómodo leer en un Kindle en la playa que hacerlo con un libro, porque más allá del tamaño, el material de la pantalla no genera reflejos incómodos mientras que una hoja blanca de papel es como tener una lámpara encendida pegándole en la cara todo el tiempo.

Kindle 11ª Generación

Comparando mano a mano a un dispositivo con otro sólo veo mejoras en la nueva versión.

Pesa 158 gr, siendo más liviano que mi teléfono, lo cual le aporta una mejoría tremenda a la experiencia. Mide 15 cm x 10 cm, tamaño tan absurdo que entra en el bolsillo del jean o de la camisa. La reducción de los márgenes es significativa. La pantalla sigue siendo perfecta y del mismo tamaño 6,8", y la inclusión de un puerto USB-C lo vuelve compatible con todos los enchufes que tengo en casa, además de reducir la parte que más peso añadía al dispositivo en la versión anterior. Gracias a todo esto le auguro, mínimo, una década al lado mío.

En líneas generales, mejoró todo, se optimizó todo y el precio se mantuvo igual (130 USD), lo cual lo vuelve incluso más barato que en 2013, dado que esta década hubo una fuerte inflación en dólares.

Por otro lado, y dadas las características mejoradas de peso y tamaño, ya no es solo un compañero ideal para las vacaciones sino que sin ningún tipo de protección o nada se puede convertir en un dispositivo perfecto para distancias intermedias, tipo colectivo, subte, bondi o tren. Antes ya lo era, pero ahora es portable en el bolsillo, lo cual lo hace aún mejor.

Además, el que la batería sea virtualmente eterna lo convierte en un dispositivo excelente. Si se consigue a buen precio, es ideal para renovar a esta nueva generación. Uso y recomiendo. En definitiva, es todo lo que espero de un update en mis dispositivos: que sea mejor, más liviano, mejor conectado, más óptimo y que respete el precio.

Si bien en diez años los cambios no son tan significativos a nivel tecnología, la iteración de un producto hasta dejarlo tan bien pulido es algo totalmente satisfactorio. En paralelo, Amazon expandió su línea de tinta digital a otros aparatos que incluso permiten tomar notas, pero no es el objeto de este artículo.

Encima, en este poco tiempo de uso ya pude leer La misa del diablo de Miguel Prenz, que recomiendo a las piñas. Y ahora estoy leyendo Horus, Señor de la Guerra, la primera novela de Warhammer 40.000 sobre la herejía de Horus.

Esto sólo puede mejorar.