Akira (1988)

Me resulta imposible empezar esta serie de artículos sin ir derecho al núcleo del disturbio, el momento cero de la destrucción cerebral, el Alfa y el Omega del cine contemporáneo. No puedo empezar sin escribir sobre Akira, la película de Katsuhiro Otomo. Del manga aún adeudo lectura.

Akira es ineludible por un montón de cosas, pero vamos a señalar tres: innovación, inspiración e impacto. Es una película innovadora, tanto en la profundidad temática como en sus métodos cinematográficos. Si todavía genera impacto la calidad de su animación no puedo imaginar lo que causó en la psiquis de los espectadores al momento de su estreno.

Fue la película de animación japonesa más costosa de su época (unos diez millones de dólares) y su producción involucró tantas compañías que tuvieron que conformar un “Comité Akira” para organizar el trabajo.

En segundo lugar, es una constante fuente de inspiración para otros creadores audiovisuales, dibujantes, animadores y escritores. Nombrarlos acá es innecesario. Pero las marcas de su influencia están en todas partes.

En tercer y último lugar, tuvo un impacto casi global a partir de un éxito comercial abrumador, volviéndose vehículo de la estética animé en todo el mundo. La repercusión lograda no sólo se apuntaló desde lo comercial sino que su potencia está vinculada a un hecho estético. La animación mostró que podía ser mucho más que el esquema Disney de cuentos fantásticos, musicales y animales parlantes.

Estos tres factores son cruciales a la hora de entender Akira como referencia ineludible de nuestro canon ya que los elementos que incorpora serán luego recurrentes: la animación en sentido amplio, el manga-animé, la ciencia ficción, el cyberpunk y la ficción extraña.

Akira brilla como una de las piedras fundamentales de este canon por la calidad de su animación, por la complejidad de la trama y, por supuesto, por el trauma de los personajes. Vamos entonces a sumergirnos en lo que nos importa: la historia de Akira y su estructura temática.

La historia de Akira. El apocalipsis como pasado y futuro

[Alerta Spoilers]

Año 1988 explosion nuclear en Tokyo. Tercera Guerra Mundial. Reconstrucción. NeoTokyo. Año 2019. Cyberpunk, high tech low life. Mega rascacielos, la traza urbana devenida una amalgama entre lo nuevo y las ruinas de la antigua ciudad. 

Sobre ese desastre, una banda de motoqueros adolescentes. Falopa, motos de alta gama, violencia. Entre ellos, dos amigos. Kaneda y Tetsuo. Dinámica de hermano mayor hermano menor, amigos desde chiquitos. Tetsuo es el protegido de Kaneda, el líder de la banda, que maneja la moto icónica (la clásica moto roja del póster) y ejerce su rol con la despreocupación que sólo tienen los naturales. En Tetsuo, hay un complejo de inferioridad. Trauma infantil, problemas de socialización, y relación conflictiva con su amigo, hermano mayor, líder. La moto roja, el objeto de deseo. “Si yo pudiera manejar esa moto…”. A lo largo de toda la película seguiremos a este grupo de jóvenes solitarios, mientras que adultos sólo aparecerán en roles de autoridad: policías, militares, políticos y maestros.

NeoTokyo vive en una constante ebullición. El gobierno reprime cualquier tipo de manifestación y un culto anuncia el final de los días, un nuevo juicio final sobre la ciudad podrida en su propia corrupción. El nombre del futuro ejecutor no es otro que “Akira”. En el medio, un grupo insurgente hace su juego. El gobierno es una junta de dirigentes escleróticos, el viejo orden que NeoTokyo logró reconstruir luego del estallido y la consecuente tercera guerra mundial. Todos juegan sus fichas, pero el brazo ejecutor de la junta son los militares y la policía, que sostiene su poder a base de plomo y gases lacrimógenos.

En medio de una pelea con otra banda de motoqueros llamada los payasos, Tetsuo se lleva puesto a un niño que parece un viejo. Como un Hasbullah, pero con poderes telequinéticos, que responde al nombre de Takashi o Número 26.

La historia se abre en dos partes. Por un lado seguimos el derrotero de Tetsuo, que empieza a manifestar poderes parecen haberse transmitido a partir del contacto con N.26. También vemos que N.26 es en realidad uno de tres niños (Número 25 y 27) que tienen estos poderes y que forman parte de un experimento del gobierno. El trío compuesto por Takashi, Kikoyo y Masaru se conoce como los “esper”, los tres niños que compartieron su vida experimental bajo el ala militar del gobierno con el misterioso número 28, también conocido como Akira.

La búsqueda por parte de los militares de tratar de utilizar el poder psíquico de Akira devino en la explosión atómica de 1988 que destruyó Tokyo y desencadenó la tercera guerra. Ahora, los restos de Akira descansan en un laboratorio del gobierno en estado criogénico, debajo del estadio olímpico.

Con el correr de las horas, los poderes despertados en Tetsuo continúan creciendo mientras son monitoreados por el Coronel Shikishima, a cargo del gobierno, y su asistente científico, el doctor Onishi, fascinado con el comportamiento del aura del recién ingresado y que es dimensionada a través de un instrumento especial.

A medida que Tetsuo descubre el origen de sus poderes, intenta huir para conocer al famoso Akira, a quien termina por encontrar luego de haber luchado contra todo el ejército. En esos intentos de frenar su creciente ambición, también interviene Kaneda junto a Kai, una chica a la que conoció en las manifestaciones contra el gobierno y que forma parte del complot del grupo insurgente para llevar a la luz los experimentos con niños telequinéticos. 

La película alcanza el clímax cuando, en medio de las ruinas del estadio olímpico, y luego de ocupar el trono de piedra con una capa roja a modo de un antiguo rey/emperador, un Tetsuo fuera de control se convierte en una masa informe de carne que crece a ritmo agigantado; los tres Esper inician una última meditación frente a los frascos que contienen los restos de Akira y que hace su aparición estelar para llevarse a Tetsuo y a los esper a otra dimensión, secuencia que libera tanta energía que, desde luego, deviene en explosión nuclear y en efecto se cumple la sentencia de un nuevo juicio final sobre NeoTokyo, Japón. El apocalipsis después del apocalipsis.

¿De qué se trata Akira?

Durante muchos años me hice esta pregunta. En principio porque las dos primeras veces que ví la película, no la entendí, más allá de que era bastante chico y lo que más me impresionaba era la violencia, las motos y las explosiones nucleares. Hace poco la ví por cuarta vez, y creo tener cierta intuición sobre lo que trata.

Akira empieza y termina con una explosión nuclear, un tópico ineludible en la historia moderna de Japón y que permeó gran parte de la cultura subsiguiente. En esta historia, las detonaciones nucleares están conectadas a un evento sobrenatural, tienen un carácter más allá de lo humano, producto de un poder psíquico fuera de control motorizado por la ambición técnico científica. Así encontramos, dentro de un relato en apariencia de ciencia ficción, algo del orden sobrenatural, mágico, milagroso.

Y, como podemos considerar, lo fantástico (que esperamos definir más adelante en este canon) es, en parte, la reintroducción del elemento religioso en una sociedad secularizada. Entonces, si podemos pensar lo sobrenatural, lo fantástico, como un equivalente de lo religioso también podemos decir que la figura de Akira es la figura de la destrucción divina, es decir, de la ira de dios.

Esta clave de interpretación, como veremos con el correr de estos artículos, nos pone en perspectiva varias obras importantes de la cultura popular japonesa que, desde luego, formarán parte de este canon. Desde Gojira a Evangelion encontraremos este elemento teológico bajo la forma de exterminios, bombas termonucleares, ciudades en ruinas y eternas refundaciones.

Dios como el rostro del horror

Cómo ya saben (o tal vez no) a mí me gusta mucho la referencia a los mitos de la Biblia más precisamente en los del Antiguo Testamento. En especial los tópicos de la divinidad y la aniquilación como fundantes de lo que conocemos como “género fantástico” y sus derivaciones en el horror. 

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Tal como afirmo en el tuit entre los mitos del antiguo testamento y los del género fantástico existe una continuidad temática. Es decir que en los relatos del antiguo testamento podemos encontrar elementos del fantástico. En este caso las manifestaciones divinas obedecen a la matriz de Yahvé/Jehová, que difiere de la tradicional imagen del dios cristiano cuyos atributos son la suma bondad, la piedad y el perdón. 

Quienes estamos familiarizados con la lectura del antiguo testamento podemos apreciar que las imágenes de dios eran cercanas a la aniquilación y el terror absoluto, más propias del imaginario de una banda de death metal que de una religión, o mejor del sentido común actual que concibe la religión o la “espiritualidad” como compendios de aforismos de autoayuda.

Es interesante tener en cuenta la primera manifestación de Dios en la historia: Moisés lo mira, siente terror y no puede verlo de frente a riesgo de morir. En otro orden de discurso y desde la filosofía moderna, Immanuel Kant propondría que la realidad última, “la cosa en sí” las cosas como son más allá de la mirada/pensamiento humano, resultan inaccesibles, que sólo podemos ver y/o pensar aquello que las categorías innatas de nuestro aparato psíquico nos permiten. Siglos más adelante, la teoría cuántica dirá que en el universo de las partículas existen algunas indeterminadas y sólo adquieren una forma estable al ser objeto de la mirada de un instrumento.

Si entendemos a Dios como la realidad última, la cosa absoluta, aquello que manifiesta la potencia de todo lo real, el ente que condensa dentro de sí todo el universo, que es principio y fin, alfa y omega, es decir, un ser absoluto en su máxima expresión, es coherente que ningún humano pueda acceder a esas manifestaciones sin sufrir algún tipo de daño permanente. El horror más allá de la imaginación. Dios como aquello que no puede ser pensado.

La divinidad como genocidio

Pero los tópicos de aniquilación y exterminio bíblicos no se agotan ahí con Moisés. El propio Dios enviará a su ángel para aniquilar a todos los egipcios luego de haberlos sometido a siete plagas. Lo mismo hará con las ciudades de Sodoma y Gomorra, y con Jericó.

La destrucción, la aniquilación, el asesinato en masa, son manifestaciones del “ángel de Dios” o “ángel exterminador”. Si nos ponemos a hilar fino según lo que explica el Antiguo Testamento, lo que demuestra irrevocablemente que Dios es Dios no es ni su amor, ni su infinita bondad, sino la capacidad de ejecutar un perfecto genocidio.

En este sentido, podemos pensar en las detonaciones atómicas capaces de revestir cierto carácter religioso en tanto manifestaciones de poder absoluto. Así como nadie podría soportar ver el rostro de Yahveh sin ser aniquilado, lo mismo puede decirse de una explosión atómica. La explosión atómica es el equivalente al rostro de Dios en la contemporaneidad. Las bombas atómicas funcionan, en tanto ángeles exterminadores, como manifestaciones del poder genocida de dios.

Akira, como personaje, es en definitiva la demostración de esa potencia. O al revés, es su potencia genocida la que lo vuelve digno de ser llamado Dios, sobrehumano, o sobrenatural. Esta lectura se justifica en el propio relato, cuando Akira es señalado por la secta religiosa como una de las señales que aparecerán en el final de los tiempos. Es decir que, dentro del relato, la capacidad de Akira de someter a NeoTokyo a un juicio final es lo que le confiere estatus divino.

¿No es acaso lo que Robert Oppenheimer tematiza en su cita al Bhagavad Gita? 

“Ahora me he convertido en la Muerte, la destructora de mundos.”

Ciencia y Religión

La aparición final de Akira no sólo está revestida de un carácter religioso sino también de uno secular. Su aparición o regreso es la culminación de una serie de errores, o más bien de tensiones, al interior de NeoTokyo y que conducen al temido desenlace.

La trama de conspiraciones internas que ponen en jaque un sistema de gobierno elitista y corrupto, que utiliza las instituciones disponibles como medios para su supervivencia, desconectados de lo que sucede a ras del piso y aislados en las alturas de los infinitos rascacielos que decoran el paisaje de NeoTokyo. 

El descontento y la rebelión son utilizados como herramienta en la intriga palaciega por parte de Mr. Nezu, uno de los peores representantes del buró gobernante, que inflama la insurrección para desestabilizar el gobierno y hacerse con el poder. Se trata de la vehiculización de la insurrección como un arma en la política palaciega. En tanto, la dupla del Coronel Shikishima, gobierna a la ciudad con puño de acero y es la única autoridad política con poder real, mientras el Doctor Onishi mantiene una desmedida ambición por reescribir las reglas de la ciencia a partir de las mutaciones de Tetsuo. Este sucesivo esquema de errores al interior del gobierno de NeoTokyo es lo que termina por detonar la compleja calma lograda.

En gran parte, tanto la primera aparición de Akira como la de Tetsuo, que detona la segunda aparición de Akira (otro motivo bíblico, primera aparición de Jesucristo y segunda venida, o parusía) se da a partir de una ambición científica fuera de control, siendo éste un elemento narrativo muy presente en todo el género casi desde su origen en el relato de “Frankenstein o el prometeo moderno”, de Mary Shelley.

Tópico clásico de “invento revienta al inventor” tiene sus raíces en lo más profundo del género y, de alguna forma similar a Akira, es un relato entre los límites de lo que por entonces podía parecer ciencia ficción, pero también con elementos ineludibles del género fantástico.

Y acá tenemos uno de los nudos de la cuestión. Tanto en Frankenstein, como en Akira, como en Terminator, Jurassic Park y otros relatos técnico-apocalípticos. ¿Qué es lo que detona la auto destrucción? ¿Es acaso el precio a pagar por jugar con fuerzas prohibidas, como en el caso de Prometeo? ¿Debería el hombre asumir su rol en la escala ontológica y no intentar manejar elementos que lo exceden? Si bien es cierto que Frankenstein funciona como una moraleja sobre los peligros de la ciencia, cuando un lee el libro (que será parte de este canon) comprende que en realidad Victor Frankenstein, el creador del monstruo, es un reverendo hijo de puta para con su creación, a la que le niega el estatus de humano simplemente por ser feo, “abominable” en los términos del doctor. 

Entonces ¿no es acaso la ciencia, y esta idea de que el invento revienta al inventor una metáfora acerca de cierta forma abusiva de paternidad?¿No son las explosiones termonucleares de Akira el precio a pagar por la ominosa tarea de utilizar a un grupo de niños como experimentos secretos por parte del gobierno? ¿Es acaso Akira una metáfora de MK Ultra?  O, si lo pensamos en clave japonesa ¿es la bomba atómica una respuesta divina por la crueldad inhumana y los crímenes contra la humanidad que el ejército imperial aplicó sobre la población china en el Escuadrón 731?

Es significativo que, sobre el final, nos encontremos con las versiones infantiles de Tetsuo y Akira, conviviendo en lo que parece ser un internado. Tetsuo un recién llegado y que se incorpora a esa dimensión social, donde también están los esper. En algún punto el pobre Tetsuo tuvo su redención, en un paraíso infantil alejado del sufrimiento motorizado por el sádico deseo experimental de la ciencia. Allí resuenan las palabras de número 27 diciendo que Akira vive adentro de todos, sólo que algunos logran despertarlo. Y las palabras finales de Tetsuo donde dice que ahora comprende y tendrá que aprender a vivir con estos nuevos poderes.

¿Qué está en juego entonces en esta serie de relatos? Los excesos que genera la búsqueda de la ciencia como un instrumento del poder, o acaso el eterno temor masculino a engendrar la propia destrucción (Cronos y Júpiter, Edipo, ¿Diego Maradona?)?

Algo de esto también se encuentra en el nudo del relato bíblico del Génesis. Dios prohíbe a los recién llegados comer de dos árboles: el árbol de la ciencia del bien y el mal, y el árbol de la vida. Quién comiera del primer árbol, por la adquisición del conocimiento que implica, morirá. Es decir, que la muerte es una consecuencia de poder distinguir entre bien y mal. Por otro lado, es significativo lo que dice Dios a los ángeles antes de expulsar a Eva y Adán del paraíso: 

22 Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre.

Dios expulsa al hombre no en virtud de su desobediencia, si no por el hecho de que ahora al poder discernir entre lo bueno y lo malo, es igual que ellos. Dentro de la tradición bíblica el conocimiento también está asociado a la muerte y el castigo.

Conclusión

Lo significativo de Akira es que además de los elementos más conocidos como las pandillas de motos, el entorno cyberpunk, la desolación adolescente, el militarismo, la represión, las sectas suicidas, el terror atómico, también es un relato que tematiza algunas otras, como el poder de la divinidad, los ciclos apocalípticos, el poder como una función paterna y un largo etcétera.

Y si bien existe en la figura de Kaneda en la función parcial del héroe, no es una historia heroica en el sentido de que la resolución final no depende de la acción individual de ninguno de los personajes. Si bien Kaneda intenta eliminar a un Tetsuo fuera de control, instaurando así el clásico tropo de amigo debe matar amigo, el final de la película se cristaliza cuando los Esper logran invocar a Akira desde su letargo o “más allá”, y éste se lleva a Tetsuo y a ellos a otra dimensión dejando en el intercambio energético una explosión nuclear que se entiende consumará el esperado apocalipsis. Aquí también cabe destacar la participación del Coronel Shikishima, que pareciera ser la única figura de autoridad medianamente coherente en esta sinfonía de destrucción.

Pero, por lejos, lo que más me sorprendió de esta última revisión de Akira es la intersección entre ciencia ficción, y relato fantástico donde se manifiestan algunos de los elementos fundamentales del canon, algo en lo que no me había detenido a pensar hasta el momento de redactar este artículo. Quizá de esto se trata un poco el canon, de mapear diferentes expresiones de lo sobrenatural y explorar la relaciones entre fantástico, relato extraño y ciencia ficción.